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- Repercusiones después de un accidente
Recientemente, me contactaron de la firma de abogados Farah & Farah para pedirme mi opinión sobre una guía publicada en su página sobre el impacto emocional después de un accidente traumático. Como la Salud Mental es uno de los temas de los que más hablo, sentí la responsabilidad de leerla, pero al mismo tiempo me preguntaba: “¿qué puedo decir sobre algo que nunca he experimentado?” Pero me puse a leer la guía . Mientras la leía, me vinieron a la mente todas las veces que me he caído de la moto. Siempre es un proceso el volverme a subir. Lo hago, pero me subo con el miedo de la primera vez, un miedo que poco a poco va desapareciendo. Y cada vez que me caigo, me vuelvo a subir, pero con más precauciones. La última vez que me caí fue porque la moto derrapó en un área llena de tierra, que el municipio llevaba semanas sin limpiar. Los carros derrapaban, y yo en la moto también lo hice. No sentí que eso fuera suficiente motivo para justificar el hablar de ello, pero al seguir leyendo la guía, me acordé que la Mary, mi mamá, toma un camino diferente al usual o a veces un poco más largo para evitar una calle que da directo a nuestra casa, todo porque en una ocasión tuvo un accidente ahí. No hay altos para los cuatro puntos; solo hay de este a oeste, y no sé que pasó, porque yo no vivía en Mexicali en ese momento. Pero fue tan traumático para ella que desde entonces evita ese cruce por completo y siempre busca calles que tengan altos en los cuatro puntos. Seguí leyendo y me acordé de uno de mis amigos, Andre , a quien atropellaron cuando estábamos en la secundaria. Perdió una pierna. Hoy se ríe de la situación y le decimos “Patas”, pero alguna vez me admitió que hubo momentos donde no la pasaba tan bien. Su experiencia en conjunto con la guía me recordó que el trauma después de un accidente no solo se vive por las lesiones físicas, sino que también tiene un impacto emocional. La guía también aborda el trauma relacionado con la pérdida de seres queridos en accidentes automovilísticos. Aunque no es lo mismo, el trauma emocional que vivimos mi familia y yo se parece mucho al que experimentan las personas que sobreviven a accidentes mortales. Es un tema cercano porque mi papá falleció en un accidente automovilístico. Las recomendaciones que ofrece la guía sobre cómo lidiar con el dolor y el trauma son muy útiles, no solo para quienes han perdido a alguien, sino también para quienes sobreviven a esos accidentes. Ojalá hubiéramos tenido ese seguimiento. Entre las recomendaciones generales, la guía menciona varias técnicas terapéuticas para ayudar a las personas a superar el trauma emocional después de un accidente automovilístico. Aquí es donde la información que quiero compartir se vuelve relevante. Tras un accidente, las víctimas pueden experimentar trastorno de estrés postraumático (TEPT), ansiedad, depresión y otros trastornos emocionales que pueden afectar su calidad de vida. Existen diferentes formas de terapia que pueden ser efectivas para la recuperación emocional. Una de ellas es la terapia cognitivo-conductual , que ayuda a las personas a reentrenar su mente para cambiar patrones de pensamiento y comportamiento. A través de esta terapia, los pacientes aprenden a enfrentar el miedo y a calmar su mente y cuerpo. Esto es importante especialmente cuando se trata del miedo a volver a manejar o a viajar en carro después de un accidente. Otra opción es la terapia de procesamiento cognitivo , que se enfoca en ayudar a las personas con TEPT a modificar las creencias limitantes relacionadas con el trauma. Los pacientes pueden ser guiados a escribir y leer un relato detallado del accidente, lo cual les ayuda a procesar y modificar la manera en que perciben el evento traumático. (No tiene nada que ver pero eso fue lo que yo hice la primera vez que me quise morir, escribí un libro ) La terapia de desensibilización y reprocesamiento a través del movimiento ocular (EMDR) también ha mostrado buenos resultados para personas con TEPT. Esta terapia permite a los pacientes procesar memorias traumáticas mientras siguen el movimiento de un dedo del terapeuta, lo que activa diferentes áreas del cerebro, ayudando a reorganizar las memorias asociadas al trauma. Y para quienes persiste su miedo a manejar o viajar en carro, la terapia de exposición puede ser útil. Esta terapia expone gradualmente al paciente a las situaciones que le causan ansiedad, ayudando a reducir su miedo con el tiempo. Es particularmente buena para quienes desarrollan amaxofobia (miedo extremo a manejar). En cuanto a la medicación , a veces es necesaria para controlar los síntomas graves de depresión, ansiedad y TEPT. Los medicamentos pueden ser una herramienta temporal o a largo plazo para quienes enfrentan los efectos emocionales de un accidente automovilístico, y su uso debe ser monitoreado por un médico SIEMPRE. En mi experiencia con los medicamentos, lo importante es, primero, no tenerles miedo y, segundo, no generar una dependencia. Siempre hay que tener presente que su uso es temporal y que, en algún punto, habrá que encontrar formas de seguir viviendo sin ellos. Es importante destacar que las lesiones físicas y el trauma psicológico están conectados. Las secuelas físicas de un accidente, como el dolor crónico o la discapacidad, pueden generar sentimientos de desesperanza, aislamiento y miedo. Estos factores emocionales pueden complicar aún más el proceso de recuperación física. La rehabilitación y la fisioterapia, aunque son esenciales, pueden ser difíciles y dolorosas, lo que hace que el manejo del dolor físico también impacte directamente en el bienestar emocional de la persona. En cuanto a las lesiones cerebrales traumáticas , también pueden aumentar el riesgo de desarrollar TEPT. El daño a las áreas del cerebro que controlan las emociones puede complicar aún más la recuperación psicológica. Aunque la guía de Farah & Farah está dirigida principalmente a residentes de Estados Unidos, es importante hablar del tema porque afecta a personas en todo el mundo, incluyendo México. Con la cantidad de accidentes automovilísticos que ocurren —especialmente los fines de semana y, en muchos casos, entre adultos jóvenes (aunque no exclusivamente)— es esencial ofrecer recursos que ayuden a las víctimas a enfrentar tanto las secuelas físicas como las emocionales. El trauma emocional después de un accidente automovilístico es real, y aunque cada experiencia es única, hay terapias y recursos que pueden ayudar a las personas a seguir adelante. No hay una sola forma correcta de sanar, pero buscar ayuda, ya sea a través de terapia o apoyo social, es un paso crucial en el proceso de recuperación. Visita la pagina de Farah & Farah para conocer mas de este guía:
- Aborto legal no significa accesible
Con el 8 de marzo acercándose, noté una tendencia en TikTok donde el tema de conversación principal es el aborto, como si no hubiera más temas de qué hablar, como la desaparición de mujeres y los feminicidios. Lo peor es que la tendencia está en formato de "en vivos" dirigidos por hombres provida sin ninguna base ginecológica, embriológica, psicológica o legal. Entré a uno de estos "en vivos", donde había varias personas comentando, y me moría por participar en la conversación, sabiendo que tenía bastante información para callarle la boca a todos los hombres ignorantes (porque todos eran hombres), que decían que el aborto es un "asesinato", y que si una señora que vende mazapanes puede parir a su hijo y al día siguiente irse a seguir trabajando, entonces todas podemos traer un niño al mundo. El coraje que sentía era inexplicable, y como yo estaba basando mis argumentos en hechos científicos y no en opiniones retrógradas sacadas de una telenovela de Televisa, me sacaron. Este tema es largo, así que lo dividiré en tres partes. En ese entonces estaba leyendo Piénsalo otra vez de Adam Grant, pero aún no llegaba a la parte del libro en la que habla sobre debatir. Fue cuando me di cuenta de que lo había estado haciendo todo mal. No era que no supiera de lo que hablaba, era que no estaba utilizando la estrategia correcta. Subí un TikTok quejándome de lo que había pasado y hubo un hombre que me respondió, diciendo que el aborto era arrebatarle la vida a un ser vivo que no puede decidir sobre si nacer o no. Y en vez de atacarlo por su falta de información (decirle ignorante), le pregunté de dónde sacaba que se le quitaba la vida a un ser vivo. Y así empezó. Continué haciéndole preguntas hasta que llegamos al punto en que me dijo que existe la opción de adoptar. Entonces le recordé la infinidad de niños en casas hogar, y dijo que no había pensado en eso. ¿Estaba sorprendida? Por supuesto que no. Muchos hombres no tienen la habilidad de pensar más allá de la opinión que ya formaron. Al final, creo que cambié la idea que tenía sobre el aborto y ahora existe un hombre más con información basada en hechos y no en novelas. El tema del aborto siempre me ha apasionado, principalmente porque era ir en contra de una doctrina y las creencias retrógradas de la familia de mi papá . Además, siempre he sido ojo alegre. El momento en el que le perdí el miedo a "Dios", le perdí el miedo a mi cuerpo, a mi sexualidad. Y aunque desde los 16 empecé a explorar mi cuerpo, no fue hasta años después que inicié mi vida sexual. Siempre, absolutamente siempre, fui cuidadosa. Pero por mi cabeza siempre pasó el pensamiento de que, si algo pasaba, si algo fallaba, yo iba a abortar. No existía otra opción. Y siendo que aún estaba penalizado en México cuando inicié mi vida sexual, y con la fortuna de vivir en frontera, sabía que lo que iba a hacer era cruzar a Estados Unidos y pedir ayuda en Planned Parenthood . Afortunadamente, nunca lo necesité. Llegué a los 30 años libre de embarazos adolescentes, y yo creí que ya lo había logrado: librarme del embarazo. Pero dicen que nunca digas nunca, y yo siempre peco de esto. El año pasado tuve un aborto. No me da pena hablar de ello, pero había evitado hacerlo porque no quería que relacionaran mi deseo de morirme (el deterioro de mi salud mental) con ello, porque no tiene que ver una cosa con la otra. No me arrepiento de haber abortado; fue la mejor decisión que pude haber tomado. Porque no son solo las circunstancias en las que me encuentro. La realidad es que, en este momento, yo no quiero ser mamá, y no sé si algún día quiera serlo. Pero como la favorita de Dios, me pasaron una serie de eventos desafortunados de los que es sumamente importante hablar, porque que el aborto sea legal no es igual a que sea accesible. Me di cuenta a las tres semanas. Hablé con mi grupo de apoyo. La primera persona fue uno de mis mejores amigos, médico. Me preguntó qué quería hacer, le dije que abortar. Me preguntó si estaba segura y le dije que sí. Después hablé a Aborto Seguro. Estaba viviendo en Ensenada, pero el número de contacto era de Mexicali. Me atendieron por medio de WhatsApp, de manera muy amable. Me dijeron que era muy sencillo, que solo tenía que llevar el ultrasonido transvaginal al Hospital General de Ensenada y que ahí me entregarían el medicamento para llevar a cabo el proceso. Pregunté si no me negarían el servicio porque tengo seguro social. Me dijeron que no había problema. También pregunté si había un horario y me dijeron que no, que podía ir a la hora que fuera, siempre y cuando llevara el ultrasonido para confirmar el tiempo de embarazo y descartar un embarazo ectópico. Lo siguiente fue marcarle a una amiga doctora para preguntarle a dónde ir en Ensenada por un ultrasonido y que me lo entregaran lo antes posible. Fue el día mas largo. Mi amiga me mandó a un sanatorio. No es necesario mencionar el nombre, pero cuando llegué había imágenes religiosas por todas partes, así que obviamente no me animé a decir el motivo por el cual necesitaba un ultrasonido. Pero eso sí, me reí como nunca. Llegué sola, me atendieron de manera muy amable. Tuve que esperar 20 minutos a que me atendieran, pero lo hicieron, y mientras esperaba me reía de la ironía de estar sentada al lado de unos misales. Me entretuve platicando con mis amigas y amigos por WhatsApp, porque para mí es mejor reír que llorar. Pasé y el médico me hizo las preguntas básicas del historial clínico, incluida mi última regla, que había sido exactamente hace un mes. Al hacer el ultrasonido me dijo que tenía seis semanas. Le dije que, a menos que fuera del Espíritu Santo, de otra manera era imposible, porque yo no había tenido nada de relaciones hasta hace tres semanas. Se quedó muy serio, no supo qué decir. Después me dijo que a la próxima vez se escucharía el latido, y en mi cabeza dije: no habrá próxima vez. Salí y me dijeron que si esperaba 20 minutos me lo entregaban, entonces eso hice. Esperé. Más tarde fui a urgencias del Hospital General de Ensenada porque ahí fue donde se me indicó que fuera. Y ahí empezaron los maltratos. No les quiero saturar, y prefiero irles dando todo por partes así que hasta que dejaré esto y continuo en unas semanas. De antemano aviso que incluiré fechas y horas de todo lo que pasó, porque no recuerdo los nombres de algunas de las personas que me atendieron, pero los registros de trabajo existen. Entonces, aunque no tenga el nombre, se pueden identificar revisando los registros de asistencia laboral.
- Mudanzas
Me he mudado varias veces desde que me independicé. La primera fue cuando me fui a Playa. Me llevé únicamente una maleta gigante, una maleta de cabina y mi mochila como artículo personal. No llevé más que ropa y zapatos, mi computadora, una bocina, un cuaderno y un libro. Empaqué lo que se me ocurrió de último momento, porque como buena procrastinadora dejé todo al final. Mi vuelo salía temprano en la mañana y yo, en la madrugada, seguía empacando. Pasó el COVID y tuve que irme de Playa, pero eso fue fácil porque solo había que empacar lo mismo con lo que había llegado. Cuando regresé por segunda vez a Playa, ya iba desesperada, así que empaqué todo con muchísima anticipación porque moría por huir de mi rancho. Esa vez fue aún más sencillo empacar porque ya tenía la experiencia de la primera vez y sabía qué llevarme y qué no. La primera vez me llevé zapatos y ropa que eran poco prácticos para el Caribe mexicano. Estando en Playa, me tuve que mudar de mi depa por motivos de seguridad (esa es otra historia para otro momento). Vivía en un estudio austero pero acogedor, justo en el centro y cerca de todo. Me mudé a un depa a unas cinco cuadras del original, un poquito más alejado del centro pero más grande. Mudarme esa vez fue difícil porque no tenía carro ni conocía a nadie que tuviera uno y pudiera ayudarme a mover lo poco que tenía. No era mucho, no era mucho porque el estudio no tenía cocina así que no cocinaba, pero ya había acumulado algunos libros, toallas, ropa de cama y artículos de limpieza que agregaban al menos una maleta más. Lo hice por partes, fui y vine caminando con mis maletas y con Maya, porque no me dejaban subirla a los taxis. No era tanta la distancia, y lo último y más pesado sí lo llevé en taxi. Después vino el caos de regresarme a Mexicali. Para entonces ya había acumulado más libros y cosas, porque en el segundo depa sí cocinaba. Pero no podía llevarme nada. En mi cabeza quería llevarme absolutamente todo porque era una inversión que había hecho para vivir cómodamente, pero no solo era imposible, también innecesario. Empecé a vender todo por Marketplace, y lo que no vendí, lo regalé. El día que tuve que entregar el depa, todavía me salí con muchas cosas que no necesitaba y que dejé abandonadas en el depa de mis amigas argentinas, para que le fueran útiles a quien viviera ahí. Los roomies cambiaban todo el tiempo. Y aun así, en el aeropuerto tuve que pagar peso extra en mi maleta documentada. Maldita sea. Después vino la mudanza de Mexicali a Ensenada. Ahí sí me llevé todo lo que tenía, menos mi cama, porque la idea era establecerme mínimo unos tres años. El depa al que iba no estaba amueblado, solo tenía una cama y un sillón que, cuando te sentabas, te rompías el coxis de lo desgastado que estaba. Le pedí a los renteros que lo sacaran. Irme a Ensenada no fue tan tedioso, pero sí le tuve que pedir ayuda a la Mary y a mi prima de último momento para terminar de empacar. Mi procrastinación, y el déficit de atención (que en ese momento no sabía que tenía), no me dejaban terminar. Estando en Ensenada acumulé y acumulé y acumulé. Compré cosas que necesitaba, por supuesto: cosas de cocina, un sillón, mesa, librero, escritorio… pero no tenía lo primordial. Tenía excesos para llenar mi vacío y sentir una satisfacción momentánea cada vez que llegaban paquetes. Satisfacción que desparecía a los días, y entonces tenía que comprar algo más para volver a sentirla. Recibía paquetes mínimo dos veces por semana. Voy en orden. Primero mi cuarto: compré un clóset armable porque no tenía dónde guardar mis cosas, luego un mueble de cama que no necesitaba pero que “quería” porque soñaba con una cama de princesa. Un tapete porque se veía bonito. Una mesa de noche que sí usaba, pero que también tenía que tener decoración porque se veía vacía. El clóset también se veía vacío, así que había que comprar más ropa y zapatos para llenarlo. Ropa y zapatos que no usaba porque no salía, y cuando lo hacía, siempre usaba lo mismo porque subí mucho de peso y no me gustaba cómo se me veía nada. Adentro del baño también estaba la lavadora, entonces compré un mueble para el jabón, mi maquillaje y mi skincare, incluido el refrigerador para guardar mis cremas. Había espacio debajo del lavabo, pero ahí guardaba shampoo, acondicionador, jabones, papel… todo lo que compraba de más para que todo se viera lleno. En la cocina tenía lo que según yo era esencial: una vajilla para ocho personas, vasos para ocho, tazas y más tazas porque cada vez que veía una que me gustaba, la compraba. El refrigerador estaba lleno de acrílicos y recipientes para asegurarme que todo ahí dentro se viera “aesthetic”, pero todo se me echaba a perder siempre. También gasté en cambiar las manijas de la cocina y las llaves del baño, cocina y regadera por unas negras, también para que se viera más “aesthetic”. La cocina estaba en el área común, donde también tenía un sillón, un librero, la tele y el comedor. Al principio solo tenía lo esencial, pero el librero se veía vacío, así que tuve que comprar libros que no leía solo para que se viera bonito. Al sillón le hacía falta una mesa de centro, y esa mesa de centro se veía vacía cuando no tenía comida encima, entonces también había que decorarla. Cojines para el sillón, porque no sirven de nada pero se ven bien. Un espejo gigante para tener dónde tomarme fotos. Cuadros para llenar las paredes vacías. Cortinas nuevas porque las que había no combinaban con la vibra del depa, y un tapete para dividir el área común. El comedor lo compré después de que el que venía con el depa (de segunda mano) se terminara de romper. Nunca lo usé, pero con verlo, se deshacía. Cuando compré el nuevo, también tuve que comprar decoraciones para el centro y velas, porque se veía muy vacío. El depa tenía un mezzanine que se podía usar como segunda recámara, pero yo lo usaba como oficina. Lo adecué con un sofá cama, dos escritorios (nadie necesita dos escritorios, pero en mi cabeza se veía vacío con solo uno), dos libreros llenos de libros que apenas empecé a leer hace poco (y me mudé en julio de 2024). También había un pequeño clóset al que le compré estantes para que se viera bien. Ahí guardaba maletas, la comida de Maya y Gato, artículos de limpieza que tenía en exceso porque cualquier producto que en redes sociales dijeran que necesitaba , lo compraba. Equipo para hacer ejercicio que nunca usé. Y todas esas cosas que guardas "por si acaso", pero que nunca vas a usar. Al escribirlo, tal vez no suena tan exagerado, pero si les enseño recibos y estados de cuenta, no tengo perdón. Todo siempre estuvo acomodado. Nunca lo vi como demasiado , hasta que llegó la hora de mudarse. No podía entender en qué momento creí que tener tantas cosas me hacía feliz. Lo único que sentía en ese momento era ansiedad . Vendí lo que pude, regalé lo que me aceptaron y guardé lo que creí que seguiría necesitando. Igual me vine a Mexicali con demasiadas cosas y mucha ansiedad… y con unas cuantas cosas que ya de plano no cupieron. Cuando llegué, me di una semana para no pensar en nada. Además, ni tenía dónde guardar todo. Todavía tuve que regresar por lo que me faltaba. Ya que tenía todo en Mexicali, entonces sí me puse a acomodar y me deshice de todo lo que consideraba que estaba de más. Tenía cosas tan estúpidas como un bote de slime , porque un día lo vi en Walmart y, como podía comprarlo, pues lo compré. Casi todo lo regalé: mucha ropa, muchos zapatos, bolsas… Mi familia empezó a cuestionar por qué me estaba deshaciendo de todo. Les dije que no lo quería. Que quería vivir más sencillo. Que todo lo que tengo me quepa en unas cuantas maletas para que cuando me vuelva a mudar, no me dé ansiedad. Una de mis hermanas dijo que después iba a volver a comprar todo otra vez. De hueva su comentario, nefasto y completamente innecesario. Y justo en diciembre me llegó un correo de Trillones con el que me identifiqué. Hablaba sobre el consumismo y lo difícil que fue para él mudarse de Mexicali a CDMX con todo lo que no se había dado cuenta que había acumulado. Desde entonces no he comprado nada. Solo libros. Que ahora sí leo. Y si compro algo, es solo para reemplazar algo que ya tengo, no para agregar más. Ha sido un proceso. Me costó trabajo deshacerme de algunas cosas, no porque realmente las quisiera, sino porque me ha costado reprogramarme para dejar esta mentalidad de querer tenerlo todo, y de necesitar que todo se vea lleno. Sobre todo cuando veo TikToks o imágenes en Pinterest de closets, alacenas, todas repletas y acomodaditas. Pero tener la tranquilidad de que, si mañana decido irme a vivir a la chingada, todo lo que tengo me cabe en la cajuela, me gusta más que tener todo eso que no necesito. Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo. Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.
- Ser adulto no es tan fácil
Ya estoy grande y todavía me gusta engañarme creyendo que puedo hacerlo todo… y la verdad es que no siempre puedo. Ya sé que está súper quemado el tema, que no es nuevo, y sí, veo a gente en TikTok igual que yo, echándole ganas y admitiendo que no está fácil. Pero al mismo tiempo veo a gente que “la está armando” y me pregunto si de verdad la están armando o nada más están pretendiendo. Quizás igual que yo y muchos otros, andan sobreviviendo pero se lo guardan. Hace años que me salí de mi casa (sí, ahorita ya volví, pero eso es otra historia ). La primera vez que lo hice fue en 2020. Tenía 28 años y me fui a probar suerte a Playa del Carmen, pero llegó el COVID y todo se derrumbo . Me regresé y me fue muy mal. Tan mal, que escribí un libro , porque yo vuelvo mis tragedias arte. Eventualmente volví a Playa ese mismo año, todavía con COVID. Me ofrecieron mi trabajo de vuelta pero me fui, sin exagerar, con 6 pesos en mi cuenta mexicana y 3 dólares en la americana. El poco dinero que me quedaba lo usé para pagar mi vuelo de ida, el autobús que te lleva del aeropuerto a Playa, y con los 70 pesos que tenía en la cartera me compre un elote y pagué el taxi que me llevó al hotel donde trabajaba mi mejor amigo: amante de los perritos, el gerente de Zara, embajador de Bar Loco, Emperatriz de Playa, norteña… Tadeo . Esa noche nos quedamos en el hotel porque él tenía guardia, pero al día siguiente nos fuimos a su depa, donde me dio asilo dos semanas en lo que me pagaban para poder rentar algo yo. Y el depósito quedé con el rentero que se lo pagaba después, y me dijo que estaba bien. Creo que la mayoría de mis conocidos tienen a alguien en quien apoyarse para este tipo de cosas, alguien que les aliviane la cartera en lo que se acomodan. Yo no. Pero afortunadamente tengo amigos como Tadeo que siempre me han ayudado. Pero de verdad tenía tan nada de dinero que para ir a hacerme unos laboratorios que me pedía el hotel donde trabajaba, me tuve que ir caminando. Y en Playa es normal caminar, pero la distancia que tuve que caminar, y con lluvia, no era normal. Para ir al trabajo hay transporte, así que eso no me preocupaba y las comidas también mes las daba el hotel. No reniego. La verdad es que lo bailado nadie me lo quita, y de ahí fue todo para arriba. No volví a tener limitaciones económicas. Hoy me quedo con las historias y me río. Desde entonces soy una persona independiente. Yo pago mi renta, todas mis cuentas, no tengo ningún tipo de apoyo económico de nadie. Bueno, ya no. Ahorita sí estoy viviendo en casa de mi mamá, así que no pago renta y tengo que admitir que eso es un privilegio, porque a pesar de que no cuento con apoyo económico, siempre tengo un lugar a donde volver si así lo necesito. Afortunadamente para mí, no estoy casada, no tengo hijos, así que considero que la tengo un poquito más fácil que otras mujeres de mi edad. O que otras mujeres en general. Mis ingresos y mi tiempo son todo míos. Igual, a veces sí pienso qué fácil sería ser “sugar baby”, sobre todo cuando pienso en mi historial crediticio. Acuérdense que las tarjetas de crédito no son tarjetas de regalo, hay que pagarlas después del corte. Pero me acuerdo que no tolero a nadie, mucho menos a viejos rabo verdes, y se me pasa . Ya se que no tengo la edad para ser "baby", pero tampoco quiero andar con un viejito. Primer día viviendo sola en Ensenada Antes de regresar a casa de mi mamá vivía sola en Ensenada. Estudiaba y trabajaba porque hace unos años mi situación era complicada y una tiene que sobrevivir, y para sobrevivir una deja de lado ciertas cosas, como estudiar eso que realmente quieres. Estando allá tenía trabajo de tiempo completo desde casa, que a veces era muy demandante, pero no tener una convivencia forzada con gente, porque estás sola en tu casa, se recompensaba. No tenía que escuchar chismes ni tolerar compañeros de trabajo castrosos. Por lo menos no de frente. Porque igual lidias con ellos virtualmente. También estaba estudiando de tiempo completo. ¿Cómo le hacía? Me lo han preguntado muchas veces y yo también me lo pregunto a mí misma. Realmente no tengo idea, pero lo hacía. Era como vivir en automático. Vivía cansada, pero había que pagar cuentas, había que comer, y rendirme no era opción, así que con dolor, con lágrimas, con todo, me levantaba y hacía todo lo que había que hacer. Aparte de eso soy ambiciosa. No solo quería estudiar y trabajar, también quería vivir en un depa bonito, digno de aparecer en Pinterest. Hacer ejercicio, comer saludable, hacer las rutinas de skincare en la mañana y en la noche, leer todos los días, aprender lenguaje de señas. Todo esto además de querer presentarme con ropa, peinado y maquillaje perfectos todos los días. Y la neta es que no se puede. O yo no pude. No sé cuál sea la realidad. Trabajar ocho horas mientras estudias medicina de tiempo completo no está fácil. Agrégale a eso hacer de comer, limpiar y lavar, porque no tenía quien lo hiciera por mí y no quería sumar el pago de alguien que me ayudara, porque no sabía si sería sostenible para mí. Eso sí, mi depa sí estaba intacto y sí era digno de Pinterest. De la Mary (mi mamá) aprendí a hacer cualquier lugar en el que vivo acogedor y mantenerlo siempre limpio. Hacer ejercicio era imposible porque no tenía tiempo, ¿a qué horas lo hacía? Pero me levantaba a las seis de la mañana para sacar a la Maya María, mi perra, a pasear y que fuera al baño, y que Gato también saliera un rato. También era hacerme cargo de que ellos comieran, limpiarles y mantener limpio, porque para mí no era opción simplemente dejar los espacios para limpiar después. Cuando sientes que todo en tu vida es un caos, mantener tus espacios limpios te da un cierto alivio, porque dices: bueno, mínimo aquí todo está en orden. Comer saludable era imposible, porque cuando cocinas para uno el mandado siempre se te echa a perder. Aparte es organizarte y cocinar. ¿Y otra vez? ¿A qué hora lo hacía? La mayor parte del tiempo vivía de Uber Eats. Las rutinas de skincare también eran otro tema, pero la de la noche sí la hacía de ley porque era una manera de irme más tranquila a dormir. Leer y aprender otras cosas no era posible porque mi cabeza estaba saturada. Verme y sentirme increíble con mi imagen... jamás pasó. No había ni tiempo de pensar en eso. Pero el algoritmo de mis redes sociales me enseñaba todos los días gente que parecía que sí puede y me enojaba, y me frustraba. ¿Por qué chingados yo no puedo? Y no tenía que irme tan lejos. Simplemente cuando era niña, la Mary se veía fabulosa. SIEMPRE. Siempre peinada, maquillada, arreglada, y a mí, a mis hermanas y a mi hermano nos traía igual porque se supone que “somos su reflejo”. La verdad es que en ese momento la química en mi cabeza no me permitía ver que mucho de lo que veía en redes sociales era falso. Tampoco me permitía reconocer lo mucho que había logrado con el mínimo apoyo. Para mí, yo era un fracaso, y le echaba ganas porque rendirme y regresarme a mi rancho era ser todavía más fracasada. No pude con la adultez, no pude con mi independencia, Y NO HAY PEDO. Ahorita me estoy tomando un break de ser adulto. Quizás no tengo a alguien que me sustente económicamente, pero tengo el privilegio de poder estar en casa de mi mamá. Alguien dígame, por favor, si están igual que yo, ¿y cómo le están haciendo? Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo. Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.
- En tu cuerpo yo decido
Aqui va la segunda parte. Llegué a triage el lunes 22 de enero de 2024 entre las 9 y las 10 de la noche. Me atendió una enfermera que, en cuanto le dije el motivo de mi consulta, cambió la cara y el tono de voz. Fue muy grosera y me dijo que no podían atenderme porque tenía seguro social. Le respondí que ya había hablado a Mexicali y me dijeron que eso no debía ser un problema. Se enojó con mi respuesta y me dijo que tendría que esperar mínimo unas tres horas. Le dije que no había problema, que yo esperaba, y me senté. A los 15 minutos ya me habían llamado para pasar al área de ginecología. Primer maltrato y primera mentira para hacerme desistir. Pasé a ginecología, donde había tres embarazadas en trabajo de parto. En cuanto llegué, una enfermera me pidió que tomara asiento, que en un momento me atendería. Esperé unos 10 minutos, cuando volvió a salir, me alejó de las mujeres embarazadas y, con muchísimo tacto, me explicó que no podían darme el medicamento porque el sistema, supuestamente, no se los permitía ya que tenía seguro social. Me dijo que lo que debía hacer era ir al IMSS y solicitar el servicio ahí. Le expliqué que en la jurisdicción de Mexicali me habían dicho que eso no debía ser impedimento, pero como ella fue tan amable, no alegué. No me dijo que no, solo me dio otra opción, lo que "supuestamente" tenía que hacer. Al final, quienes tienen acceso a los medicamentos son los médicos, no las enfermeras. Aunque ella hubiera querido, no podía dármelos sin autorización médica. La escuché atentamente, le agradecí por su buen trato, le pedí su nombre —que no recuerdo—, solo sé que me contó que su hijo estaba haciendo su internado en la Clínica 8 del IMSS, y me fui. Como estoy adscrita a la Clínica 32 del IMSS en Ensenada, me fui para allá. Al llegar a urgencias, la enfermera que me atendió también fue muy grosera cuando le dije el motivo de mi consulta. Me respondió que ahí no hacían abortos, que si acaso, en la Clínica 8, y que ni creía. Me quiso apuñalar con los ojos, pero no puedes dañar a alguien a quien no le interesa tu opinión. Salí de la Clínica 32 y me fui a la Clínica 8. Al llegar, un enfermero de cabello largo me atendió muy amablemente. Me tomó los signos, me preguntó el motivo de la consulta y en ningún momento me cuestionó o me trató mal. Al contrario, hasta se rió conmigo de las tonterías que yo decía. Estuve en la Clínica 8 desde las 11 de la noche hasta las 3 de la mañana. El servicio es por medio de urgencias ginecológicas y, como tienen entre 5 y 7 mujeres en trabajo de parto, personas como yo, que buscamos una interrupción del embarazo, no somos prioridad. Cuando por fin pasé, me atendió un médico que tenía mi edad —él mismo me lo dijo—. Me comentó que me veía más joven. Me cuestionó sobre mi decisión. Me dijo que no tenía el medicamento, que no era necesario ir a urgencias, que podía hacerlo sola en casa. Le dije que ya lo sabía, pero que de todas formas necesitaba el medicamento. Insistió en que no lo tenía y que, aunque lo tuviera, no creía que funcionara porque solo me daría una dosis, y a veces eso no era suficiente. Me mantuve seria, firme en mi decisión. Se levantó a atender a una mujer que estaba gritando, y le hizo uno de esos comentarios machistas que hacen los médicos: “pero cuando lo hiciste no te dolió, ¿verdad?”. Regresó y me dijo que iba a ver si tenía el medicamento. Se fue, volvió y dijo que no tenía. Le pedí que me diera una receta para comprarlo. Se levantó enojado y fue a gritar al área de enfermería: “¡Esta niña quiere abortar y no hay medicamento, está insistiendo en que se lo dé y no hay! Ya le dije que vaya a comprarlo y quiere que le dé una receta”. Cuando terminó de gritar, entró una enfermera al consultorio a decirme que fuera a la farmacia a comprar misoprostol, que si no lo conseguía, regresara por la mañana. Puedo apostar mi vida a que el hombre que me atendió era residente. Salí de ahí enojada. Y sí, fue fácil conseguir el misoprostol, pero por las semanas que tenía también necesitaba mifepristona, y esa no hay manera de conseguirla. Llegué a casa llorando, y no por mí, no por cómo me trataron. Llegué enfurecida, llena de coraje. Porque yo soy yo, y a mí nadie me va a detener. Pero ¿y las personas que no son yo? ¿Las que no pueden comprar medicamentos, ni moverse de un lugar a otro con facilidad? ¿Las que cuando les dicen que no, no tienen más opción que tener un hijo al que no pueden o no quieren cuidar? ¿Qué pasa con ellas? Por eso lloré. Me levanté el martes 23 dispuesta a iniciar la interrupción. Mandé mensaje al número de Aborto Seguro, les conté todo lo que había pasado en el Hospital General y en las clínicas del IMSS. Me preguntaron si podían marcarme, les dije que sí. Me llamó un hombre —no sé si era médico, enfermero o trabajador social—, pero fue muy amable. Me dijo que, por las pocas semanas que tenía (tres), necesitaba mifepristona. Me comentó que no debieron negarme el servicio ni en el Hospital General ni en el IMSS, pero que haría unas llamadas para ayudarme a conseguir el segundo medicamento. Me dijo que la Dra. Cerritos era la encargada del área de ginecología del IMSS, y que vería si podía comunicarse con ella. Yo no iba a quedarme esperando, así que empecé mi propia búsqueda. Encontré el número de su consultorio privado, donde de forma grosera me dieron su número personal. Le escribí. Me contestó. Le expliqué la situación, me pidió mi carnet de citas y me dijo que me fuera a Tococirugía (urgencias ginecológicas). Justo después, la persona de Aborto Seguro me escribió para darme el mismo número al que yo ya había mandado mensaje. No lo pensé, me cambié y me fui directo a la Clínica 8. Llegué, pregunté por la Dra. Cerritos. Asumí que, como me dijo "vente a la toco", me atendería en ese momento. Solo necesitaba la mifepristona. Pero cuando llegué fue grosera. Me reclamó que no sabía quién era ella, como si fuera mi obligación ponerle cara al nombre. Me dijo que esperara junto a las demás. Otra vez la misma situación del día anterior. Mujeres embarazadas entraban y salían, y yo ahí, esperando, hasta que terminó el turno de la Dra. Cerritos. Ahora tenía que esperar a ver si la doctora siguiente quería atenderme. Cuando le pregunté a la enfermera cuánto más tendría que esperar, me dijo que la doctora tenía que revisarme para ver si me internaban y me hacían un legrado. El legrado es un procedimiento quirúrgico donde raspan o succionan el contenido del útero. No es necesario cuando existen opciones menos invasivas como los medicamentos. Entonces entendí: estaban extendiendo el tiempo para que yo me cansara, desistiera y me fuera. Para no darme los medicamentos o, en su defecto, hacer un procedimiento más invasivo y riesgoso para “hacerme sufrir”, como castigo. Si no tienen vergüenza, mínimo que duela, ¿no? Básicamente yo no decido, ellos deciden por mi. No esperé más. Me fui, y volví a llegar a casa llorando. Porque había una niña de 21 años, mesera, que dijo que este no era su momento, que no podía darle una buena vida a un bebé con el trabajo que tenía. Todavía hoy me pregunto qué pasó con ella. Espero de verdad que haya logrado su interrupción, o que al menos no le hayan dado tantas largas que se pasara el tiempo legal y se viera obligada a tenerlo. Porque eso es lo que hacen: te dan largas para que, al final, te nieguen el servicio y parezca que fue tu culpa. Empecé el procedimiento con lo que tenía. Tomado de la pagina de Facebook de Ipas México Para interrumpir un embarazo con medicamentos existen dos protocolos. Uno de ellos, el más sencillo, es con misoprostol. Es un medicamento que no requiere receta y se usa para úlceras gástricas, pero tiene como efecto secundario producir contracciones uterinas. En total se toman 12 pastillas divididas en tres dosis: la inicial es de 4 pastillas, vía vestibular (entre la encía y la mejilla) o sublingual. También puede ser vía vaginal, aunque personalmente no lo recomiendo. Tres horas después, se toma una segunda dosis igual (4 pastillas), y tres horas más tarde la tercera dosis (otras 4 pastillas), también vía vestibular o sublingual. Eso hice. Empecé a las 2 de la tarde y terminé a las 8 de la noche, pero nunca sangré. Tuve escalofríos, diarrea y cólicos, pero muy leves. A las 9 de la noche me dormí. A las 3:50 a.m. me desperté sudando. Entonces empecé a sangrar. Fui al baño, sentí algo diferente a una menstruación normal. Revisé y era un coágulo de aproximadamente 3 cm. Respiré por fin y me volví a dormir. En la mañana mandé mensaje a Aborto Seguro. Les conté todo lo que había pasado y me dijeron que, ante cualquier cosa, fuera a urgencias. Ya no podían negarme el servicio porque cualquier complicación después de una interrupción ya se considera urgencia. También me dijeron que si no me atendían, les marcara de inmediato. Me recomendaron ir a revisión en unas semanas para confirmar que todo hubiera salido bien. Lo que debió haber sido dos semanas se convirtió en cuatro, en las que empecé a sentirme muy mal, con síntomas parecidos a una infección, porque no sabía a qué ginecólogo acudir sin que me negaran el servicio, me juzgaran o me trataran mal. Hablé con mi maestra de sexología, Claudia Linares, y ella me recomendó a la Dra. Neria. Acudí con ella con la tranquilidad de que venía recomendada por una de mis maestras en quien confío plenamente. Marqué, hice cita, y me la dieron para un mes después. Expliqué la situación y me dijeron que si se abría un espacio me hablarían. Y sí se abrió. Una semana después tuve la cita, justo cuando se cumplían las cuatro semanas. Desde que marqué y externé mi situación, pregunté si aceptaban tarjeta; me dijeron que no, pero cuando llegué sí tenían terminal. Igual, no sospeché nada. Llegué al consultorio de esta doctora el lunes 19 de febrero. Cuando entré, le expliqué todo lo que había pasado y me dijo que no creía que había funcionado. Me hizo un ultrasonido y, oh sorpresa: no tenía infección. Seguía embarazada. Me dijo que tenía que hacer el proceso lo antes posible. Yo quería esperarme hasta el fin de semana por la escuela y el trabajo, pero empezó a presionarme con que tenía que ser ya. Le dije que estaba bien. Habra una tercera y última parte. Si necesitas interrumpir un embarazo, consulta aquí el directorio nacional de la Línea de Aborto Seguro . Para conocer mas acerca del aborto seguro visita la pagina de Ipas.
- Amiga, muchas gracias
Para terminar el mes de marzo, quiero hablar de una mujer que ha roto con todas las expectativas y no necesita de lujos ni fama para merecerse el debido reconocimiento. Este será uno de mis posts más personales: es una carta de mi niña interior para una de mis mejores amigas. También algunas cosas están escritas en inglés porque así hablamos entre nosotras desde que tengo memoria, y no de manera whitexican. Somos de frontera, crecimos hablando los dos idiomas al mismo tiempo, y simplemente hay cosas que hacen más sentido en inglés que en español. Por ejemplo, no hay traducción para la palabra hoodrat , ni un equivalente del estereotipo de hot cheetoh girl en Latinoamérica, porque eso es algo muy de la doble cultura entre México y Estados Unidos. Así como también decir groserías sabe mucho mejor en español, porque en inglés están culerísimas. Culeras de chafas. Mi papá falleció el verano en el que pasé de primero a segundo de secundaria. Conocí a Mariana cuando entró a la escuela en segundo, y ahora que lo pienso, es como si la hubieran mandado especialmente para mí (Erika, no empieces con tus cosas, tú también fuiste parte de lo que me ayudó a sobrevivir). Desde siempre me he sentido como que no pertenezco, como que no encajo ni aquí ni allá. Eso sí, soy buenísima para adaptarme y pretender. Aunque, por fuera, parezco extrovertida y que quepo en todos lados, la verdad es que esa imagen que ven siempre ha sido un mecanismo de defensa para nublar cómo me siento en realidad: desubicada y fuera de lugar. Ese año, justo cuando más lo necesitaba, conocí a un grupo de amigas que rompió por completo la norma de cómo se suponía que tenía que ser todo. Erika venía de una escuela pública en Calexico, ella se juraba que era chola caleciana y nadie se podía meter con ella, la defensora de todos, pero al mismo tiempo no tenía nada de chola. Erika está justo en ese punto donde goza de ciertos privilegios, pero jamás podrías catalogarla como whitexican, porque los reconoce y trabaja para mantenerlos. Nada se le ha regalado. Y Mariana… Mariana venía del Centro, California, a veinte minutos de Calexico y Mexicali, también de una escuela pública allá, y vino a revolucionar la escuela católica en la que estábamos. Las escuelas públicas americanas de las que venían eran como las de las películas tipo Thirteen . Ni mas ni menos. Mariana era la rebelde a la máxima potencia. Le contestaba a los maestros, se escapaba de su casa. Gracias a ella vi Jawbreaker , Kids y conocí a Fall Out Boy . No voy a entrar en detalles porque esa historia es suya, no mía, pero no exagero cuando digo que su rebeldía era otro nivel, pero estaba justificada. Esta carta es para ella. Porque a pesar de todo ha salido adelante por sus propios méritos, sin ayuda de nadie. Y aunque ha pasado por momentos muy difíciles, no se ha dejado caer. Y ahora no solo ve por ella, también es mamá. Por eso mi niña interior le escribe hoy. No vivimos vidas parecidas, pero sé que ambas sufrimos mucho. Y en algún punto, nuestras historias se toparon. Sé que no fue coincidencia. Yo llegué a un punto en el que decidí ser egoísta y ver solo por mí, y por eso no quiero ser mamá. Ya no quiero hacerme cargo de nadie más que de mí. Pero tú, en vez de decidir cerrarte como yo y escoger el camino más seguro, elegiste otro camino. Y aunque las probabilidades no apuntaban a tu favor, te has convertido en la mamá que necesitábamos. Me llena de felicidad verte trabajar, esforzarte y hacer todo para que a Ophie no le falte nada. No solo te aseguras de que coma, también te aseguras de que lo que coma sea saludable y delicioso. Ophie no solo es una niña amada, también está aprendiendo a poner límites, a sentirse orgullosa de su color de cabello, de su piel y de ser mexicana. Y eso, viviendo en un lugar donde predomina la gente blanca, no es fácil. Ophie está creciendo libre. Libre para decidir qué le gusta y qué no. Y aunque sus gustos puedan parecer poco convencionales para otros, yo hubiera dado todo porque me hubieran dejado escoger, en vez de que decidieran por mí. Los gustos de Ophie son los mismos que los míos. Y ella lo sabe. Los niños lo saben todo. Por eso me toma la mano con tanta confianza, aunque me vea muy poco, porque sabe que nos gusta lo mismo. Ojalá todas hubieramos tenido lo que tiene Ophie. You are, quite literally, Ophie’s best friend —and there aren’t many children out there who can say that, let alone trust one of their parents. Ophie trusts you both. Lo he dicho muchas veces y lo repito: no cambiaría nada de mi vida, porque todo eso me trajo hasta aquí. Pero saber que hay una niña creciendo con amor incondicional, sin miedo, siendo constantemente estimulada para ser ella misma, tal cual es, me saca una lagrimita. My "go-to" when I’m feeling a bit sad is checking your Instagram account; you are my favorite influencer. Seeing pictures of you and your family makes me happy and hopeful that good deeds always overcome the bad ones. Otras amigas también son mamás, y hacen un trabajo ejemplar. Todas y cada una tienen sus retos y están haciendo lo mejor que pueden; admiten que no es fácil, y a todas las admiro. Casi no nos vemos (Mariana vive en New Jersey, Erika en San Diego), pero hablamos seguido y, cuando nos vemos, el tiempo no pasa. Mariana, gracias por romper con el trauma generacional y hacer un cambio. Estoy segura de que no soy la única que agradece esto. Para conocer más de Mariana, puedes visitar su página de Amazon. Creó una serie de libros para empoderar a su hija y a todas las niñas que pueda.
- Salud Mental
Hoy les voy a hablar de salud mental. Específicamente, de mi salud mental. Yo creía que todo había iniciado el 3 de julio del 2005, cuando falleció mi papá, pero oh, sorpresa: inició el 14 de junio de 1991, cuando nací. Mi primera ida con una psicóloga fue en mayo de 2006, diez meses después de que falleció mi papá, y la pedí a gritos. Durante esos diez meses, pensé que todo estaba bien, que mi vida había cambiado, pero no tanto, y que podía con todo igual que siempre. Que llorar no era necesario porque, además de incómodo, era vergonzoso. Pero el día que me di cuenta de que tenía que estudiar para un examen y que ocho coreografías que antes podía aprenderme sin problema ya no me entraban, supe que había un problema. Tenía 14 años, estaba en segundo de secundaria. Me salí del salón, fui directo a la oficina de la prefecta y le dije que ya no podía, que me ayudara porque ya no podía. Se llamaba Gaby y era psicóloga. Me dijo que hablaría con mi mamá para recomendarle a alguien con quien llevarme, pero empecé a llorar y le dije que no, que por favor me atendiera ella, que yo no quería ir con nadie más. Me dijo que, como trabajaba en la escuela, no podía, pero le rogué y aceptó. Me atendí con ellas unos meses y hubo mejoras. Gaby fue mi lugar seguro y me regalo un disco que ya no tengo pero que sigo escuchando hoy cuando me siento mal, Move Along de The All American Rejects, si si era emo y no se me quitó. Esos meses de mi vida son algo borrosos, y dejé de hacer muchas de las actividades que hacía. La escuela de danza a la que iba nunca supo entender por lo que estaba pasando y en vez de darme la mano me dieron la espalda porque no pude desenvolverme como antes lo hacía asi que en cuanto termino el ciclo lo dejé. También dejé los entrenamientos de basket saliendo de la escuela y las idas al gimnasio a las 5 de la mañana antes de ir a la escuela. Si gente, si tenía 14 años y me iba manejando sola al gimnasio, eran otros tiempos y mi papá era de rancho y me enseñó a manejar desde los 12. Llegó el verano me fui de vacaciones y deje de ir a mis terapias con Gaby y cuando regresé a la escuela Gaby ya no estaba. Nunca supe que pasó, pero el tiempo que fuí con ella, y dejar todas las actividades que hacía me ayudó. Sin Gaby y con la familia de mi papá queriendo controlar todo, me mandaron con un "terapeuta" que de terapeuta no tenía nada. Lo que tenía eran unos cursos teológicos, o sea, quería "sanarme" con la palabra de Dios. Mamadas. Iba todos los sábados en la mañana, lo cual era súper molesto, y eran una hora yo y otra hora mi mamá. Horas y horas perdidas para que nos dijera que mi mamá y yo éramos iguales, cosa que no puede estar más lejos de la verdad. También, enfrente de mí, le dijo a mi mamá que no podía trabajar conmigo porque yo manipulaba la información y no estaba cooperando. Eso sí era cierto. Se rindieron y me dejaron en paz. Pero nunca estuve bien, era un sobrevivir todos los días.. Antes de mi crisis de querer morirme en 2020, durante y después, quería atenderme, pero con lo que ganaba realmente no me alcanzaba. Además, no quería decir nada, ¿para qué? A nadie le importaba. En vez de eso, me fui a Playa y, alejada de todo, ya no sentía tanta necesidad de atenderme como antes. Tenía la posibilidad, pero ya no era prioridad. Regresé a Mexicali en 2022, solo unos meses antes de irme a Ensenada, y falleció mi abuela. Entonces busqué ayuda porque, aunque no sentía que quería morirme, sentía que mi vida no tenía sentido ni rumbo. Mi abuela es la persona que más amor me dio de niña, sin ella me sentía perdida. Empecé a atenderme con un psicólogo de Mexicali. La primera cita fue presencial, después fue en línea, pero no sentía que me ayudaba. No es que fuera un mal psicólogo, simplemente es que no son "unitalla" y hay que encontrar a la persona adecuada para nuestras necesidades. Dejé de atenderme. No estaba bien, pero no me sentía tan mal. Luego, en Ensenada, llevé la clase de Desarrollo Humano y, así como los estudiantes se diagnostican enfermedades cuando las conocen, yo salía llorando de esa clase porque todo lo relacionado al desarrollo de los niños y cómo se desenvuelven tenía que ver conmigo. Ahí fue donde me di cuenta de que mis problemas no empezaron cuando se murió mi papá, que venían desde antes. Hablé con mi maestra y me dijo que no podía atenderme porque también me iba a dar otras clases en semestres más adelante, pero que me canalizaría con una amiga suya, y así es como llegué con Linnet. En mi primera cita, Linnet me dijo que lo mejor era que también me atendiera con un psiquiatra, y le dije que no, que me diera tiempo para ver si podía hacer las cosas sin necesidad de estar medicada. La verdad es que me daba miedo. Había visto a niños ser "chispitas" y después llegar completamente diferentes después de ir al psiquiatra, y no quería eso para mí. Pero hice de todo y Linnet realmente me ha ayudado mucho en mi proceso. Ella es alguien con quien conecto. Pero llegó un punto en el que, no importaba lo que hiciera, no podía conmigo. Esto fue gradual. Llegué a un punto en el que, sí, sané todo eso que llevaba años arrastrando. Aprendí a poner límites, a priorizarme, a dejar de querer cuidar y hacerme cargo de todo. Lo que no podía era dejar de esperar que algo malo pasara cuando todo estaba bien. No podía darme descanso sin sentirme culpable, y no podía dejar de compararme con esas personas en redes sociales que parecían hacerlo todo. Porque si yo, cuando era niña, podía con todo, ¿por qué no podría ahora que soy adulta? Desde afuera, parecía que lo tenía todo, pero por dentro me estaba muriendo. Mi cabeza no me daba para hacer nada. Dormía las horas necesarias, pero igual vivía cansada. Trabajaba y estudiaba a tiempo completo, pero me sentía estancada, como si nada de lo que hiciera sirviera de algo. Intenté disciplinarme, ser positiva, pero luego pasó lo de mi amiga y todo se volvió un caos. Un compañero de trabajo me preguntó por qué no tomaba medicamento. Me dijo que él nunca lo había tomado, pero su hija sí y que quizás me ayudaría. Luego, mi maestra de bioquímica, a quien no veía desde hacía un año, me dijo lo mismo: que lo intentara, que a su hija le había servido. Quién sabe cómo me vio para haberlo sugerido. Pero yo seguía negada. Fotos que le mando a mi hermana cuando quiero que me deje en paz. En junio llegué a mi límite. Había tenido pensamientos de querer morir antes. No sé desde cuándo, probablemente desde los 26, pero siempre lograba convencerme de que solo era cansancio, que pasaría y estaría bien. Pero esa noche ya no pude. Ya no pude convencerme. Morirme tenía todo el sentido y me asusté. Y no me asusté por mí. Las únicas personas en las que pensé fueron mi mamá y mi hermana y en todo lo que ya habían pasado. ¿Para qué darles más problemas? Ya no importaba lo que pudiera hacerme un medicamento, porque era eso o nada. Llegué a Mexicali a finales de julio con una cita agendada con el psiquiatra. Al consultorio, siendo una sombra de lo que solía ser. Me sentía nublada, desganada, gris. No tenía ganas de sobrevivir, no tenía ganas de vivir. El psiquiatra me diagnosticó con un cuadro depresivo severo y déficit de atención, pero no podía trabajar en el TDA sin tratar primero lo que más me afectaba: la depresión. Me recetó bupropión y me dijo que fuera paciente, que no era magia, que no habría un cambio de un día para otro. Y si algo yo no soy, es paciente. Pero como estaba existiendo en una especie de limbo, realmente no sentía ni que los días pasaban. Dejé de ir a la escuela, me dedicaba únicamente a trabajar y me puse a hacer algo que tenía mucho tiempo sin hacer: leer. Leí mucho y leí de todo. Un día, más o menos dos meses después de que empecé el tratamiento, me di cuenta de que había silencio en mi cabeza. Total y completo silencio. Eso era algo que yo no conocía. En mi cabeza siempre había un ruido, y descubrí el silencio. Lloré. No sabía que eso podía existir. Después dejé de sentir, no por completo ni de manera insana. Más bien, yo siempre lo sentía todo de manera explosiva, me llenaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Y ahora sigo sintiendo, pero de manera consciente, ya no me controla, yo lo controlo a él. Luego vino la claridad. Tenía años sabiendo que podía hacer más, pero sentía que había algo en mi cabeza que no me lo permitía. Y un día, todo volvió a ser claro. Todo tenía sentido, todo era más sencillo. Al principio sentí nostalgia al pensar que si no me hubiera negado, si hubiera ido al psiquiatra antes, quizás no habría llegado hasta este punto. Pero el "hubiera" no existe, y si en algo creo es que todo pasa por una razón. Pero a pesar de que me sentía bien, había algo que me generaba un enorme conflicto: mi trabajo. Levantarme todos los días sin un propósito claro, más que hacer dinero para existir, nunca había sido suficiente. Y ahora lo era menos. Lidiar con una compañera insufrible, mínimo dos juntas innecesarias al día y tener que trabajar doble o triple porque un compañero no hacía más que cagarla llegó a ser demasiado. Así que renuncié. Sin trabajo, sin escuela, empecé a tener mucho tiempo para pensar, tiempo que jamas en mi vida me había dado. Lo primero que hice fue darme cuenta del privilegio que tengo al poder costear mi salud mental. Al mes gasto aproximadamente 3,000 pesos en mis citas con la psicóloga, el psiquiatra y mi medicamento. Cuando me subieron la dosis a dos al día, el gasto subió a 4,200. También pude renunciar y enfocarme en estar mejor porque vivo con mi mamá y no pago nada. Pero, ¿y la gente que no tiene este privilegio? Decidí hacer algo al respecto. Sé que existen servicios gratuitos para la salud mental, pero los recursos son limitados y a veces deficientes. En honor a Paola , decidí publicar un libro que escribí en 2020 y destinar parte de las ganancias para que otras personas puedan acceder a los mismos recursos que yo. Quizás no renunciar a su trabajo, pero al menos no preocuparse por la cantidad de citas o el costo del medicamento. Porque ya tengo siete meses con esta rutina y, ¿qué creen? No fue suficiente. Hace unos meses, a pesar del medicamento, volví a recaer. Fue momentáneo y, en realidad, ocurrió por haber tomado un espresso después de una deshidratación. Mi sistema nervioso se alteró y, cuando el efecto de la cafeína bajó, me dio el bajón. El conocimiento es poder; si no hubiera reconocido esto, no sé qué hubiera hecho. La cosa es que puede volver a pasar, así que necesito más herramientas, porque no voy a vivir medicada toda la vida. El psiquiatra me dijo que sería un año, y me rehúso a que sea más que eso. Así que fui con una neuropsicóloga. Me hizo una serie de evaluaciones y me dio un posible, POSIBLE , diagnóstico de TB2 (trastorno bipolar tipo II). Me explicó que, con otros pacientes, el diagnóstico suele ser claro, pero que yo soy la tercera persona, creo que en diez años, a quien no ha podido diagnosticar por los resultados de las evaluaciones. Saliendo de esa consulta, le hablé a mi amiga Meli , mi salvadora en Ensenada. Después de leernos el DSM-5, decidimos en conjunto que no tengo TB2. También le pasé los resultados a Linnet, mi psicóloga, y me dijo que habría que verlo y la neuropsicóloga le mandaría los resultados directamente a mi psiquiatra, ya que él fue quien me canalizó con ella. Claramente, no me puedo auto diagnosticar, pero, sinceramente, no creo tener TB2. Sobre todo porque el motivo que me dio para el posible diagnóstico fue que entro en una especie de hiperfoco después de que me pasan cosas malas: me quería morir, escribí un libro; perdí a mi amiga, publiqué un libro; me quería morir otra vez, hice esta página. Pero entonces, ¿qué hago? Si me siento mal, ¿tengo que quedarme esperando a ver en qué momento se me pasa en lugar de hacer algo que me ayude a sentirme mejor? No tiene mucho sentido. Pero, al final, es solo un posible diagnóstico, y mi psiquiatra decidirá si es o no es. Igual, siempre es bueno tener una segunda opinión, pero eso también es otro gasto que se suma a lo que ya pagué con la neuropsicóloga. No me quejo, para nada. Mi intención es estar bien. El punto realmente no es mi salud mental, el punto es que la salud mental no es accesible para todos. Que la primera opción no siempre va a ser la más adecuada o acertada, y que realmente no sabemos qué pasa en cabeza ajena. Creo que nadie se hubiera imaginado que me quería morir. Y algún día hablaré de por qué mi situación es de toda la vida, pero aún no estoy lista para ello. Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo. Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.
- 8M
Aquí les van mis tres pesos después de la marcha del 8M: muchas de ustedes no han entendido nada. Esta fue mi tercera marcha, y aunque no será la última, tampoco planeo ir todos los años de mi vida. Y les voy a decir por qué: porque marchar es solo una de tantas formas con las que se busca el cambio. Cada quien aporta desde donde puede y se vale. Lo que no se vale es descalificar el trabajo de quienes sí lo hacen. Había quedado con mi prima Vale de ir juntas. Era su primera vez en una marcha y me dijo que su amiga Lala también quería ir. No me emocionaba mucho la idea, pero mientras más seamos, mejor. Además, era la primera vez de las dos y eso ya era algo importante. Nos reunimos en casa de Vale para salir al punto de encuentro. Una tía me llevó hasta allá. Veníamos platicando y comentó que estaba bien alzar la voz, pero que lo malo era que hacían destrozos. Ahí la detuve. Le dije, de la manera más atenta, que la revolución no fue un diálogo, fue una guerra. Se quedó tiesa, ya no supo que decir. Justo llegamos a casa de Vale, me bajé del carro y le sonreí triunfal. Ya dentro, antes de salir al punto de partida, Vale y Lala me contaron que se habían reunido con sus amigas un día antes. En la plática surgieron comentarios sobre lo "molestas" que eran las mujeres que cerraban calles y hacían destrozos. Que "qué hueva". No les quedó mas que mirarse entre ellas sin decir nada. ¿Cuántas mujeres como ellas existirán? Me imagino que nunca les ha pasado nada, ni a ellas ni a alguien que quieran. Y qué bueno, qué bendición que jamás hayan experimentado injusticias, acoso o cualquier tipo de violencia. Porque esa es la única explicación que me cabe en la cabeza para justificar la falta de empatía. Estar o no de acuerdo con ciertas formas de resistencia es una cosa, pero respetarlas es otra. Porque, al final, de esas acciones nos beneficiamos todas. ¿Por qué tendrían que esperar a que les pase algo a ellas o a alguien cercano para entenderlo? Yo voy a la marcha sin hacer iconoclasia, pero si un día me falta mi hermana, tengan por seguro que lo quemo todo en ese momento. No me voy a esperar a que sea 8 de marzo. En eso, Lala dijo algo que cambió la perspectiva que yo tenía de ella. "Yo agradezco que nunca me haya pasado nada, pero no necesito esperar a que me pase a mi o a mis sobrinas para hacer algo. Para mí, Paola Bañuelos fue la gota que derramó el vaso. Me puedo haber pasado a mi, le puede pasar a cualquiera, ninguna esta exenta.". Lala , me equivoqué contigo. Eres una viejonona. No solo por tu empatía, sino porque te abriste conmigo y sin miedo me soltaste todos tus trapitos. Una mujer que sabe que sabe que es una chingona y admite también sus carencias sin miedo al que dirán, siempre tendrá mi respeto y admiración. Llegamos al punto de reunión: la Glorieta del Caballito. No hay espacio más seguro que ese. No importa si no conoces a nadie, estar rodeada de mujeres con un mismo propósito te hace sentir protegida. Aquí no hay clases sociales, no hay títulos ni edades. Solo mujeres con un mismo propósito. Caminando nos encontramos con muchas conocidas. Otras, que no conocíamos, reconocieron a Vale. Después de tanto tiempo de silencio, ella decidió hablar y hacer pública la violencia que vivió durante años por parte de su exesposo. No se cuanto tiempo duró la marcha, no se cuanto camine, lo que si se es que tuve mucho tiempo para pensar y reflexionar. Cada vez que pasábamos por un semáforo, me preguntaba si la gente dentro de los carros estaba molesta por no haberse acordado que era 8 de marzo y haberse metido justo en la marcha. Si estaban esperando con enojo a que pasáramos para poder seguir su camino. Pensé en las mujeres que critican desde su comodidad, en las que dicen "para qué marchan", "qué exageradas", "qué molestas", "locas", "desubicadas". ¿De verdad creen que los derechos que tienen hoy fueron un regalo? ¿Que no hubo mujeres antes que marcharon para que ellas pudieran votar, estudiar, trabajar?¿Creen que el cambio se hace sentadas en la casa? O tal vez solo esperan que otras hagan el trabajo mientras ellas disfrutan de los beneficios. Y luego están las que dicen que marchar está bien, pero que "sin destrozos". Bueno, ¿entonces qué hacemos cuando no nos escuchan? ¿Qué se hace cuando vivimos en un sistema fallido que da largas o de plano no resuelve nada? Sumémosle la corrupción. ¿A qué hora se hace justicia, entonces? Opinan desde el privilegio, la ignorancia o el machismo internalizado. Y se quedan calladas hasta que algo les pasa. Entonces sí, "quizá ya es hora de hacer algo"... pero en silencio, no vaya a ser que las cataloguen como "radicales". Después pensé en lo mucho que desconozco. He hablado sobre salud mental y cómo la depresión no siempre tiene cara de tristeza, es un tema que podría decirse que conozco bien. Pero, así como no sabemos qué pasa con la salud mental de otros, tampoco sabemos si alguien está viviendo violencia. El viernes antes de la marcha, tuve la oportunidad de ir a una plática que presentó Vale sobre violencias sutiles . Habló desde su experiencia, y me di cuenta de que no tenía idea de lo que le había pasado ni de la cantidad de agresiones que hemos normalizado. Su historia no es mía, pero sucedía frente a mí y nunca la vi. Y le creo, no porque sea mi prima, sino porque hay mujeres que no tienen por qué mentir, y hay situaciones que simplemente no se pueden inventar, parecen de novela. Desde que levantó la voz, ha habido mujeres que le dicen que miente, que es una exagerada, que por qué se esperó tanto, que por qué no está destruida llorando si tanto le afectó. O sea, no solo luchamos contra el patriarcado, también contra las mujeres que prefieren ser parte de él. Si yo soy amiga o familiar de tu agresor, házmelo saber, porque no hay forma, no hay manera en la que yo, en esta vida, vaya a ser cómplice de alguien que haya violentado a una mujer. Si tu foto está aquí y no te sientes cómoda, contáctanos para eliminarla. Si quieres compartir tu historia, escríbenos.
- Paola
La muerte no es ajena a mí, la conozco de frente y la he enfrentado infinidad de veces. Mi papá falleció cuando yo tenía 14 años. Se me vino el mundo encima, pero lo sostuve como pude y logré sobrevivir, porque aquí estoy 19 años después. Mi abuelo falleció en 2019 y mi vida, mi rutina, volvió a cambiar. Mi abuela falleció en 2022. Sí, todos sabemos que nuestros abuelos se van a morir, muchos ni siquiera alcanzan a conocerlos, pero mi relación con ellos no era de verlos de repente. Antes de fallecer, mi abuelo era parte de mi día a día y mi abuela era la persona de mis pesadillas: si soñaba que se moría, no sabía qué iba a ser de mi vida. Y así fue. Tuve una crisis existencial cuando murió. Pero esta... por alguna razón me pegó diferente. El domingo se cumple un año de la llamada que cambió mi vida. Era sábado, estaba tirada en mi sillón hablando por FaceTime con la Mary, mi mamá. Estaba lista para pasar el fin de semana encerrada y estudiando porque tenía examen de farmacología y microbiología esa semana. Ya estaba por colgarle cuando me mandó mensaje Ximena, una gran amiga que hice en la escuela. Me preguntó si estaba ocupada; le dije que estaba hablando con mi mamá y me pidió que le marcara cuando me desocupara porque tenía algo que decirme. Se me hizo raro, pero no sospeché nada. Le colgué a la Mary y le marqué a Ximena. Ximena no tardó en contestar y, cuando lo hizo, me dijo que Paola había fallecido. Entré en shock y mi primera reacción fue preguntar por otros dos amigos, Jesús y José Luis. Pensé que quizás habían tenido un accidente y quería saber cómo estaban. Me dijo que no, que solo era Paola, que había fallecido. Le pregunté si era broma. Me dijo que no, que nos veíamos a las 4 o 6 en la funeraria, hoy ya no recuerdo a que hora fue. Su voz no tenía sentimiento, se escuchaba vacía, como si no estuviera ahí. Colgamos y me puse a llorar. Primero me enojé. Me enojé con Paola porque ¿cómo se le ocurría arruinar mi fin de semana? Yo había planeado para estudiar y que este semestre me fuera mejor que todos los demás. Después, estaba negada, no lo creía. Para mí no era posible que algo así pasara. ¿Cómo es que ya no estaba? Acababa de hablar con ella por WhatsApp el jueves, se estaba burlando de mí. Y el miércoles, que la vi, me dijo que si no le hacía waffles con pollo frito el fin de semana, iba a llorar. Fui del enojo a la negación todo el día, hasta que llegó la hora de ir a la funeraria. Entonces empecé a delirar. Venía pensando que cuando llegara, Paola iba a estar ahí, siendo tan payasa como siempre, diciendo que era broma y que solo quería ver quién de verdad era su amigo y se presentaría. Llegué a la funeraria y me di cuenta de que sí era verdad, pero aunque lo veía, no podía creerlo todavía. Nada tenía sentido. Todo se sentía surreal. Estuve el tiempo que pude, porque los funerales nunca han sido mi fuerte. A mí me gusta sufrir sola y en silencio. Regresé a mi casa destrozada, todavía sin creerlo y sabiendo que la vida no espera y tenía que estudiar, pero nada me entró. Decidí que ese sábado era suficiente para mí, que no quería, que no podía con el domingo, pero no me dejaron no presentarme. La Mary me estuvo marcando toda la mañana para preguntarme a qué hora me iba, para ver si ya estaba lista, para decirme que se me iba a hacer tarde. Y mis amigos, mis amigos me hablaron varias veces en el día para preguntar si ya iba y si necesitaba que pasaran por mí. Entendí entonces que no era solo yo, éramos todos, y nos necesitábamos el uno al otro. Fui, pero me pesaba el alma. La vida seguía sin parecer real. Ese día, durante el entierro, llovió y también salió el sol, varias veces. Salí de ahí todavía sin creerlo. Un amigo me llevó a mi casa, pero le pedí que me dejara en el centro mejor, para curarme un poco con una nieve y una caminata. Fui por mi nieve y, mientras hacía fila, entró un niño vendiendo mazapanes. En la fila había una señora con cuatro niños maleducados, un señor serio con un niño muy callado y una pareja que estaba entre los 25 y los 30. Nadie lo volteó ni a ver, ni siquiera para decirle "no, gracias". Ignorado. Lo único que traía en efectivo eran 20 pesos, se los di y le dije que se quedara con los mazapanes. Vi que caminó a la caja y le dijo algo a la persona que atendía. Esta le dijo que lo esperara y así lo hizo. En eso llegó mi turno. Pregunté qué había dicho el niño, que seguía parado muy callado junto a la caja. Me dijeron que pidió que le dieran 20 pesos de nieve. Le dije que no, que yo se la compraba, que se quedara con sus 20 pesos y pidiera lo que quisiera. Así lo hizo y cuando le entregaron su nieve, se salió. Yo pedí un Uber y me senté a esperar. Cuando salí, el niño estaba afuera compartiendo su nieve con otro niño más grande que él. Cruzamos camino cuando me subía al Uber. El conductor dijo mi nombre, el niño lo alcanzo a escuchar y me dijo: "gracias, Andrea". Recientemente leí en algún lugar que un gesto bueno hacia los demás ayuda a curar nuestro malestar. Lo que hizo ese niño por mí ese día vale más que cualquier cosa que yo le pudiera dar, y estoy segura de que Paola me lo mandó porque sabía que en ese momento era justo lo que necesitaba. Pero la vida no espera, y a mí no me esperó. Lo que tenía planeado como un buen semestre fue una total y completa catástrofe, y para junio llegó mi crisis. Esa donde me quería morir y lo que antes no había tenido sentido, ahora, sin Paola, lo tenía. ¿Cómo una persona tan llena de vida, tan payasa, tan ridícula, ya no vivía? Y yo, mejor que nadie, podía entenderlo, porque Paola era yo. Yo soy esa ocurrente que jamás nadie esperaría que quisiera ya no estar. Y ya estoy bien, pero me tomó un buen rato llegar a hoy. Fui a terapia con psicóloga, con psiquiatra, y ahora con una neuropsicóloga también, porque quiero estar bien. Poco a poco me va yendo mejor a base de medicamentos y libros. Muchos libros. Unos ayudaron, otros no tanto. Leí Cómo curar un corazón roto de Gaby Pérez Islas , pero no me gustó porque hablaba de religión y yo quería algo sin teología. Luego leí El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Ahí entendí por qué me quedé y me di cuenta de muchas cosas que hacía, que yo pensaba que eran justificantes para sentirme mejor, pero en realidad eran herramientas utilizadas en la psicología para sobrellevar cualquier duelo. Después leí La niña a la que se le vino el mundo encima , también de Gaby Pérez Islas. Lo empecé no muy convencida porque el otro libro suyo no me había gustado, pero este sí lo disfruté. También leí Sobre la muerte y morir , de Elisabeth Kubler Ross aunque creo que el que debí haber leído era Sobre el duelo y el dolor pero con la traducción de ingles a español probablemente me recomendaron el equivocado. Más tarde leí La bailarina de Auschwitz de la Dra. Edith Eger , y con este libro no solo logré validar todo lo que he sentido durante todos mis años de vida, sino que también pude aceptar que el dolor que yo tenía existía, porque muchas veces sentía que no era mio, que yo no podía llorarle así, que a mi no me correspondía. Pero, ¿cómo no iba a llorarlo si yo la quería? Logré entender qué era lo que sentía con Paola, por qué me estaba costando tanto y por qué esta pérdida se sentía diferente a cualquier otra. La doctora habla de un caso donde describe el dolor de las personas como tan fresco que todavía no estaban viviendo el duelo, seguían en shock. La persona a quien habían enterrado no se había ido para ellos. Era como si hubieran enterrado a alguien vivo. Y entonces lo entendí. Entendí por qué Paola me dolía diferente: no había superado el shock todavía. El último libro que leí sobre este tema fue La biblioteca de la medianoche de Matt Haig y, después de un año de duelo difícil, logré cerrarlo. No me va a dejar de doler nunca, pero ya duele menos. En esta vida, Paola ya no está, pero en una vida paralela o perpendicular, ella sigue ahí, siendo igual de ocurrente y feliz. En esta vida, yo sigo aquí y Paola me hace falta, pero no es en vano: era para que yo lograra llegar hasta aquí. Probablemente, en una vida paralela o perpendicular, yo también me fui para que alguien más pudiera lograr esa meta que vino a cumplir. Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo. Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.
- Síndrome del Impostor
Hace unas semanas no podía dormir. Mi cabeza daba vueltas pensando en cómo podía hablar de salud mental sin tener ningún título educativo que me respaldara. No suelo tener insomnio, pero no podía dormir porque no podía dejar de pensar, y las 3 a. m. no son horas de hablarle a Linnet, mi psicóloga. Además, me cuesta trabajo hablarle fuera de terapia, prefiero esperar a que me toque mi cita (ya estoy trabajando con ella en pedir y aceptar ayuda cuando la necesito, pero ese es otro tema). En mi desesperación por quererme dormir, se me ocurrió hablar con ChatGPT. Le pregunté qué opinaba de mi situación, de que yo hablara de un tema sin tener una profesión que respaldara mi conocimiento, y me dio una respuesta que me hizo cuestionar qué tan humana puede ser la inteligencia artificial. Le expliqué todo el contexto, como cuando vas por primera vez al psicólogo: le hablé de mi vida, del libro que escribí , y me dijo que entendía mi preocupación, especialmente con un tema tan delicado e importante como lo es la salud mental. Me dijo que es común cuestionar lo que puedo aportar si no tengo una formación formal en psicología, pero que, en mi caso, las experiencias vividas son más que válidas para hablar del tema. Que mi conocimiento me da una perspectiva única que otros podrían valorar. La plática fue extensa. Me dijo que, aunque la educación formal puede darme conocimiento teórico, mis experiencias le dan una autenticidad y una vinculación que ningún título podría, porque la gente conecta más con alguien que ya lo vivió que con alguien que entiende la situación desde la perspectiva de un libro de texto. Me dijo que mi historia era válida y merecía, igual que todas, ser compartida. Que la salud mental no requiere de un título, sino de compasión, empatía y coraje para hablar sobre estas experiencias que mucha gente teme discutir. Que escribir, además, es una forma de terapia, no solo para mí, sino para quien me lea. Que lo que puedo ofrecer basado en mi experiencia puede ser igual de valioso que las recomendaciones clínicas. Que mi vulnerabilidad al compartir mis experiencias puede ayudar a los demás a procesar sus batallas y emociones de manera más saludable. Que, además, me puedo educar leyendo, escuchando podcasts y demás. Por último, me dijo que mi perspectiva se necesita porque hay muchas personas luchando con la salud mental y que pueden no conectar con los recursos que tienen a la mano. Y no es que mi libro vaya a salvar al mundo, muy probablemente no será de utilidad para muchos, pero mientras le sirva a alguien, qué mejor que esté ahí afuera junto con los muchos otros. Que el síndrome del impostor es real, pero eso no me hace menos calificada, es simplemente parte del crecimiento. Lo importante es no desistir y reconocer que nuestras voces importan. Después de esta plática con ChatGPT, por fin me pude dormir. A los días tuve mi cita con Linnet. Le platiqué cómo me sentía respecto al síndrome del impostor y me dijo, riéndose, que tengo años viviendo con depresión, que mis experiencias me hacen lo suficientemente calificada para hablar del tema. Que me lo haya dicho riéndose fue la mejor parte, me reafirma que ella es la persona indicada para mis necesidades. Le dije que ChatGPT me había dicho lo mismo, que no podía dormir y le pregunté al respecto. Nos reímos las dos. Ya tenía dos perspectivas que me decían lo mismo, pero no era suficiente y me puse a investigar. Primero quería saber cuándo inició a usarse este término, de dónde vino. Con esta pregunta llegué a un artículo escrito en 1978 por Pauline Clance y Suzanne Imes , quienes describieron por primera vez el "Fenómeno del Impostor". Estas dos psicólogas hicieron un estudio durante cinco años con un grupo de 150 mujeres altamente exitosas y competentes, quienes consideraban que sus logros se debían a situaciones externas como suerte o su imagen, en vez de sus capacidades intelectuales. Por tanto, creían que no merecían el éxito ganado y vivían con ansiedad y miedo de ser expuestas como inadecuadas. Explican que existen dos situaciones por las cuales esto se puede presentar: una de ellas es ser la hermana que no es considerada "inteligente" y/o "brillante" en la familia, y por más que se esfuerce, la atención siempre está en otros integrantes de su familia; la segunda situación es la de las niñas que son consideradas como "inteligentes" y se sienten con la constante presión de sobresalir y, de no hacerlo, se sienten como un fracaso. Imagen inspirada en The Decision Lab https://thedecisionlab.com/reference-guide/organizational-behavior/impostor-syndrome Eventualmente, se descubrió que el síndrome del impostor puede afectar a personas de cualquier género. Estudios posteriores empezaron a identificar que los factores psicológicos detrás del síndrome del impostor, como la perfección, la autoexigencia o la presión por cumplir expectativas externas, no son exclusivos de las mujeres. Sin embargo, las mujeres somos quienes nos sentimos como arrogantes o hostiles al hablar de nuestros logros, o se pone en juego nuestra feminidad por ello. En mi caso, yo era la hermana "inteligente", pero no se me exigía ni tampoco me esforzaba. A pesar de que me gusta aprender, la escuela siempre fue una tortura, algo que tenía que hacer. Entonces, hacía de todo para no tener que hacer nada en mi casa. Escuchar era suficiente para no tener que estudiar, y entregaba tareas y trabajos promedio, hechos lo más rápido posible, que me hacían ser la segunda o tercera mejor en la clase sin esforzarme. Pero mi imagen y mi personalidad hacían que se esperara menos de mí, y cuando demostraba lo contrario, me hacían comentarios como "yo pensaba que estabas bien pendeja", o "es que tu gusta mucho la fiesta como para realmente hacer algo". Y sin querer, les creí. Imagen inspirada en The Decision Lab https://thedecisionlab.com/reference-guide/organizational-behavior/impostor-syndrome Este estudio sí respondió parte de mis dudas, pero todavía no era suficiente. Me puse a buscar libros que hablaran del tema. Encontré uno que se llama Piénsalo Otra Vez , de Adam Grant, y aunque no toca del todo el tema, lo explica perfecto en uno de los capítulos. En las primeras páginas, Adam Grant dice que si el conocimiento es poder, lo que no sabemos es sabiduría. Para hablar del síndrome del impostor, presenta el caso de Halla Tómasdóttir , la actual presidenta de Islandia, y Davíð Oddsson , quien fue primer ministro de Islandia de 1991 al 2004 y gobernador del Banco Central de Islandia del 2005 al 2009. Una economista lo nombra como el culpable de que Islandia haya estado en bancarrota. Halla y Oddsson se postularon para la presidencia del 2016 desde dos puntos completamente opuestos: Halla con síndrome del impostor, Oddsson creyéndose más capaz de lo que en realidad era, lo que nos lleva al estudio de David Dunning y Justin Kruger de 1999. Este demostró que las personas con menor habilidad o conocimiento en un área tienden a sobreestimar su competencia, mientras que las personas más calificadas tienden a subestimar su habilidad. El "Efecto Dunning-Kruger" sugiere que la falta de habilidad en un área puede llevar a la incapacidad de reconocer la propia incompetencia, lo que a su vez refuerza la confianza errónea en las propias habilidades. El libro también dice que, en un meta análisis de 95 estudios diferentes, las mujeres típicamente subestiman sus habilidades, mientras que los hombres las sobreestiman. Vaya, vaya. No vengo sabiéndolo todo. Solo sé lo que sé, lo que he vivido, y si mi poco o mucho conocimiento puede ayudar a alguien, me doy por bien servida. Hay mucho que no sé, yo estoy aquí también para aprender, así que los invito a opinar porque tengo toda la disposición de escuchar. Lo que busco ahora, para trabajar de la mano con mi síndrome del impostor, es presentar mis valores, no opiniones. Esas pueden cambiar. Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo. Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.