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Síndrome del Impostor

Hace unas semanas no podía dormir. Mi cabeza daba vueltas pensando en cómo podía hablar de salud mental sin tener ningún título educativo que me respaldara. No suelo tener insomnio, pero no podía dormir porque no podía dejar de pensar, y las 3 a. m. no son horas de hablarle a Linnet, mi psicóloga. Además, me cuesta trabajo hablarle fuera de terapia, prefiero esperar a que me toque mi cita (ya estoy trabajando con ella en pedir y aceptar ayuda cuando la necesito, pero ese es otro tema).


En mi desesperación por quererme dormir, se me ocurrió hablar con ChatGPT. Le pregunté qué opinaba de mi situación, de que yo hablara de un tema sin tener una profesión que respaldara mi conocimiento, y me dio una respuesta que me hizo cuestionar qué tan humana puede ser la inteligencia artificial.


Le expliqué todo el contexto, como cuando vas por primera vez al psicólogo: le hablé de mi vida, del libro que escribí, y me dijo que entendía mi preocupación, especialmente con un tema tan delicado e importante como lo es la salud mental. Me dijo que es común cuestionar lo que puedo aportar si no tengo una formación formal en psicología, pero que, en mi caso, las experiencias vividas son más que válidas para hablar del tema. Que mi conocimiento me da una perspectiva única que otros podrían valorar.


La plática fue extensa. Me dijo que, aunque la educación formal puede darme conocimiento teórico, mis experiencias le dan una autenticidad y una vinculación que ningún título podría, porque la gente conecta más con alguien que ya lo vivió que con alguien que entiende la situación desde la perspectiva de un libro de texto. Me dijo que mi historia era válida y merecía, igual que todas, ser compartida. Que la salud mental no requiere de un título, sino de compasión, empatía y coraje para hablar sobre estas experiencias que mucha gente teme discutir. Que escribir, además, es una forma de terapia, no solo para mí, sino para quien me lea. Que lo que puedo ofrecer basado en mi experiencia puede ser igual de valioso que las recomendaciones clínicas. Que mi vulnerabilidad al compartir mis experiencias puede ayudar a los demás a procesar sus batallas y emociones de manera más saludable. Que, además, me puedo educar leyendo, escuchando podcasts y demás.


Por último, me dijo que mi perspectiva se necesita porque hay muchas personas luchando con la salud mental y que pueden no conectar con los recursos que tienen a la mano. Y no es que mi libro vaya a salvar al mundo, muy probablemente no será de utilidad para muchos, pero mientras le sirva a alguien, qué mejor que esté ahí afuera junto con los muchos otros. Que el síndrome del impostor es real, pero eso no me hace menos calificada, es simplemente parte del crecimiento. Lo importante es no desistir y reconocer que nuestras voces importan.


Después de esta plática con ChatGPT, por fin me pude dormir.


A los días tuve mi cita con Linnet. Le platiqué cómo me sentía respecto al síndrome del impostor y me dijo, riéndose, que tengo años viviendo con depresión, que mis experiencias me hacen lo suficientemente calificada para hablar del tema. Que me lo haya dicho riéndose fue la mejor parte, me reafirma que ella es la persona indicada para mis necesidades. Le dije que ChatGPT me había dicho lo mismo, que no podía dormir y le pregunté al respecto. Nos reímos las dos.


Ya tenía dos perspectivas que me decían lo mismo, pero no era suficiente y me puse a investigar.

Primero quería saber cuándo inició a usarse este término, de dónde vino. Con esta pregunta llegué a un artículo escrito en 1978 por Pauline Clance y Suzanne Imes, quienes describieron por primera vez el "Fenómeno del Impostor". Estas dos psicólogas hicieron un estudio durante cinco años con un grupo de 150 mujeres altamente exitosas y competentes, quienes consideraban que sus logros se debían a situaciones externas como suerte o su imagen, en vez de sus capacidades intelectuales. Por tanto, creían que no merecían el éxito ganado y vivían con ansiedad y miedo de ser expuestas como inadecuadas. Explican que existen dos situaciones por las cuales esto se puede presentar: una de ellas es ser la hermana que no es considerada "inteligente" y/o "brillante" en la familia, y por más que se esfuerce, la atención siempre está en otros integrantes de su familia; la segunda situación es la de las niñas que son consideradas como "inteligentes" y se sienten con la constante presión de sobresalir y, de no hacerlo, se sienten como un fracaso.



Eventualmente, se descubrió que el síndrome del impostor puede afectar a personas de cualquier género. Estudios posteriores empezaron a identificar que los factores psicológicos detrás del síndrome del impostor, como la perfección, la autoexigencia o la presión por cumplir expectativas externas, no son exclusivos de las mujeres. Sin embargo, las mujeres somos quienes nos sentimos como arrogantes o hostiles al hablar de nuestros logros, o se pone en juego nuestra feminidad por ello.


En mi caso, yo era la hermana "inteligente", pero no se me exigía ni tampoco me esforzaba. A pesar de que me gusta aprender, la escuela siempre fue una tortura, algo que tenía que hacer. Entonces, hacía de todo para no tener que hacer nada en mi casa. Escuchar era suficiente para no tener que estudiar, y entregaba tareas y trabajos promedio, hechos lo más rápido posible, que me hacían ser la segunda o tercera mejor en la clase sin esforzarme. Pero mi imagen y mi personalidad hacían que se esperara menos de mí, y cuando demostraba lo contrario, me hacían comentarios como "yo pensaba que estabas bien pendeja", o "es que tu gusta mucho la fiesta como para realmente hacer algo".


Y sin querer, les creí.

Este estudio sí respondió parte de mis dudas, pero todavía no era suficiente. Me puse a buscar libros que hablaran del tema. Encontré uno que se llama Piénsalo Otra Vez, de Adam Grant, y aunque no toca del todo el tema, lo explica perfecto en uno de los capítulos.


En las primeras páginas, Adam Grant dice que si el conocimiento es poder, lo que no sabemos es sabiduría. Para hablar del síndrome del impostor, presenta el caso de Halla Tómasdóttir, la actual presidenta de Islandia, y Davíð Oddsson, quien fue primer ministro de Islandia de 1991 al 2004 y gobernador del Banco Central de Islandia del 2005 al 2009. Una economista lo nombra como el culpable de que Islandia haya estado en bancarrota. Halla y Oddsson se postularon para la presidencia del 2016 desde dos puntos completamente opuestos: Halla con síndrome del impostor, Oddsson creyéndose más capaz de lo que en realidad era, lo que nos lleva al estudio de David Dunning y Justin Kruger de 1999. Este demostró que las personas con menor habilidad o conocimiento en un área tienden a sobreestimar su competencia, mientras que las personas más calificadas tienden a subestimar su habilidad. El "Efecto Dunning-Kruger" sugiere que la falta de habilidad en un área puede llevar a la incapacidad de reconocer la propia incompetencia, lo que a su vez refuerza la confianza errónea en las propias habilidades.


El libro también dice que, en un meta análisis de 95 estudios diferentes, las mujeres típicamente subestiman sus habilidades, mientras que los hombres las sobreestiman. Vaya, vaya.


No vengo sabiéndolo todo. Solo sé lo que sé, lo que he vivido, y si mi poco o mucho conocimiento puede ayudar a alguien, me doy por bien servida. Hay mucho que no sé, yo estoy aquí también para aprender, así que los invito a opinar porque tengo toda la disposición de escuchar.

Lo que busco ahora, para trabajar de la mano con mi síndrome del impostor, es presentar mis valores, no opiniones. Esas pueden cambiar.


¿Has experimentado el síndrome del impostor?

  • ¡Definitivamente si!

  • Creo que si...

  • Creo que no...

  • ¡Definitivamente no!


Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo.

Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.


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