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Salud Mental

Hoy les voy a hablar de salud mental. Específicamente, de mi salud mental.


Yo creía que todo había iniciado el 3 de julio del 2005, cuando falleció mi papá, pero oh, sorpresa: inició el 14 de junio de 1991, cuando nací.


Mi primera ida con una psicóloga fue en mayo de 2006, diez meses después de que falleció mi papá, y la pedí a gritos. Durante esos diez meses, pensé que todo estaba bien, que mi vida había cambiado, pero no tanto, y que podía con todo igual que siempre. Que llorar no era necesario porque, además de incómodo, era vergonzoso. Pero el día que me di cuenta de que tenía que estudiar para un examen y que ocho coreografías que antes podía aprenderme sin problema ya no me entraban, supe que había un problema.


Tenía 14 años, estaba en segundo de secundaria. Me salí del salón, fui directo a la oficina de la prefecta y le dije que ya no podía, que me ayudara porque ya no podía. Se llamaba Gaby y era psicóloga. Me dijo que hablaría con mi mamá para recomendarle a alguien con quien llevarme, pero empecé a llorar y le dije que no, que por favor me atendiera ella, que yo no quería ir con nadie más. Me dijo que, como trabajaba en la escuela, no podía, pero le rogué y aceptó.


Me atendí con ellas unos meses y hubo mejoras. Gaby fue mi lugar seguro y me regalo un disco que ya no tengo pero que sigo escuchando hoy cuando me siento mal, Move Along de The All American Rejects, si si era emo y no se me quitó.


Esos meses de mi vida son algo borrosos, y dejé de hacer muchas de las actividades que hacía. La escuela de danza a la que iba nunca supo entender por lo que estaba pasando y en vez de darme la mano me dieron la espalda porque no pude desenvolverme como antes lo hacía asi que en cuanto termino el ciclo lo dejé. También dejé los entrenamientos de basket saliendo de la escuela y las idas al gimnasio a las 5 de la mañana antes de ir a la escuela. Si gente, si tenía 14 años y me iba manejando sola al gimnasio, eran otros tiempos y mi papá era de rancho y me enseñó a manejar desde los 12. Llegó el verano me fui de vacaciones y deje de ir a mis terapias con Gaby y cuando regresé a la escuela Gaby ya no estaba. Nunca supe que pasó, pero el tiempo que fuí con ella, y dejar todas las actividades que hacía me ayudó.


Sin Gaby y con la familia de mi papá queriendo controlar todo, me mandaron con un "terapeuta" que de terapeuta no tenía nada. Lo que tenía eran unos cursos teológicos, o sea, quería "sanarme" con la palabra de Dios. Mamadas. Iba todos los sábados en la mañana, lo cual era súper molesto, y eran una hora yo y otra hora mi mamá. Horas y horas perdidas para que nos dijera que mi mamá y yo éramos iguales, cosa que no puede estar más lejos de la verdad. También, enfrente de mí, le dijo a mi mamá que no podía trabajar conmigo porque yo manipulaba la información y no estaba cooperando. Eso sí era cierto.


Se rindieron y me dejaron en paz.


Pero nunca estuve bien, era un sobrevivir todos los días..

Playa y la Maya María

Antes de mi crisis de querer morirme en 2020, durante y después, quería atenderme, pero con lo que ganaba realmente no me alcanzaba. Además, no quería decir nada, ¿para qué? A nadie le importaba. En vez de eso, me fui a Playa y, alejada de todo, ya no sentía tanta necesidad de atenderme como antes. Tenía la posibilidad, pero ya no era prioridad. Regresé a Mexicali en 2022, solo unos meses antes de irme a Ensenada, y falleció mi abuela. Entonces busqué ayuda porque, aunque no sentía que quería morirme, sentía que mi vida no tenía sentido ni rumbo. Mi abuela es la persona que más amor me dio de niña, sin ella me sentía perdida.


Empecé a atenderme con un psicólogo de Mexicali. La primera cita fue presencial, después fue en línea, pero no sentía que me ayudaba. No es que fuera un mal psicólogo, simplemente es que no son "unitalla" y hay que encontrar a la persona adecuada para nuestras necesidades. Dejé de atenderme. No estaba bien, pero no me sentía tan mal. Luego, en Ensenada, llevé la clase de Desarrollo Humano y, así como los estudiantes se diagnostican enfermedades cuando las conocen, yo salía llorando de esa clase porque todo lo relacionado al desarrollo de los niños y cómo se desenvuelven tenía que ver conmigo. Ahí fue donde me di cuenta de que mis problemas no empezaron cuando se murió mi papá, que venían desde antes.


Hablé con mi maestra y me dijo que no podía atenderme porque también me iba a dar otras clases en semestres más adelante, pero que me canalizaría con una amiga suya, y así es como llegué con Linnet.


En mi primera cita, Linnet me dijo que lo mejor era que también me atendiera con un psiquiatra, y le dije que no, que me diera tiempo para ver si podía hacer las cosas sin necesidad de estar medicada. La verdad es que me daba miedo. Había visto a niños ser "chispitas" y después llegar completamente diferentes después de ir al psiquiatra, y no quería eso para mí. Pero hice de todo y Linnet realmente me ha ayudado mucho en mi proceso. Ella es alguien con quien conecto. Pero llegó un punto en el que, no importaba lo que hiciera, no podía conmigo.


Esto fue gradual. Llegué a un punto en el que, sí, sané todo eso que llevaba años arrastrando. Aprendí a poner límites, a priorizarme, a dejar de querer cuidar y hacerme cargo de todo. Lo que no podía era dejar de esperar que algo malo pasara cuando todo estaba bien. No podía darme descanso sin sentirme culpable, y no podía dejar de compararme con esas personas en redes sociales que parecían hacerlo todo. Porque si yo, cuando era niña, podía con todo, ¿por qué no podría ahora que soy adulta?


Desde afuera, parecía que lo tenía todo, pero por dentro me estaba muriendo. Mi cabeza no me daba para hacer nada. Dormía las horas necesarias, pero igual vivía cansada. Trabajaba y estudiaba a tiempo completo, pero me sentía estancada, como si nada de lo que hiciera sirviera de algo. Intenté disciplinarme, ser positiva, pero luego pasó lo de mi amiga y todo se volvió un caos. Un compañero de trabajo me preguntó por qué no tomaba medicamento. Me dijo que él nunca lo había tomado, pero su hija sí y que quizás me ayudaría. Luego, mi maestra de bioquímica, a quien no veía desde hacía un año, me dijo lo mismo: que lo intentara, que a su hija le había servido. Quién sabe cómo me vio para haberlo sugerido. Pero yo seguía negada.


FU
Fotos que le mando a mi hermana cuando quiero que me deje en paz.

En junio llegué a mi límite. Había tenido pensamientos de querer morir antes. No sé desde cuándo, probablemente desde los 26, pero siempre lograba convencerme de que solo era cansancio, que pasaría y estaría bien. Pero esa noche ya no pude. Ya no pude convencerme. Morirme tenía todo el sentido y me asusté. Y no me asusté por mí. Las únicas personas en las que pensé fueron mi mamá y mi hermana y en todo lo que ya habían pasado. ¿Para qué darles más problemas? Ya no importaba lo que pudiera hacerme un medicamento, porque era eso o nada.


Llegué a Mexicali a finales de julio con una cita agendada con el psiquiatra. Al consultorio, siendo una sombra de lo que solía ser. Me sentía nublada, desganada, gris. No tenía ganas de sobrevivir, no tenía ganas de vivir. El psiquiatra me diagnosticó con un cuadro depresivo severo y déficit de atención, pero no podía trabajar en el TDA sin tratar primero lo que más me afectaba: la depresión. Me recetó bupropión y me dijo que fuera paciente, que no era magia, que no habría un cambio de un día para otro. Y si algo yo no soy, es paciente. Pero como estaba existiendo en una especie de limbo, realmente no sentía ni que los días pasaban.


Dejé de ir a la escuela, me dedicaba únicamente a trabajar y me puse a hacer algo que tenía mucho tiempo sin hacer: leer. Leí mucho y leí de todo. Un día, más o menos dos meses después de que empecé el tratamiento, me di cuenta de que había silencio en mi cabeza. Total y completo silencio. Eso era algo que yo no conocía. En mi cabeza siempre había un ruido, y descubrí el silencio. Lloré. No sabía que eso podía existir.


Después dejé de sentir, no por completo ni de manera insana. Más bien, yo siempre lo sentía todo de manera explosiva, me llenaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Y ahora sigo sintiendo, pero de manera consciente, ya no me controla, yo lo controlo a él.


Luego vino la claridad. Tenía años sabiendo que podía hacer más, pero sentía que había algo en mi cabeza que no me lo permitía. Y un día, todo volvió a ser claro. Todo tenía sentido, todo era más sencillo. Al principio sentí nostalgia al pensar que si no me hubiera negado, si hubiera ido al psiquiatra antes, quizás no habría llegado hasta este punto. Pero el "hubiera" no existe, y si en algo creo es que todo pasa por una razón.


Pero a pesar de que me sentía bien, había algo que me generaba un enorme conflicto: mi trabajo. Levantarme todos los días sin un propósito claro, más que hacer dinero para existir, nunca había sido suficiente. Y ahora lo era menos. Lidiar con una compañera insufrible, mínimo dos juntas innecesarias al día y tener que trabajar doble o triple porque un compañero no hacía más que cagarla llegó a ser demasiado. Así que renuncié.


Sin trabajo, sin escuela, empecé a tener mucho tiempo para pensar, tiempo que jamas en mi vida me había dado.


Lo primero que hice fue darme cuenta del privilegio que tengo al poder costear mi salud mental. Al mes gasto aproximadamente 3,000 pesos en mis citas con la psicóloga, el psiquiatra y mi medicamento. Cuando me subieron la dosis a dos al día, el gasto subió a 4,200. También pude renunciar y enfocarme en estar mejor porque vivo con mi mamá y no pago nada.


Pero, ¿y la gente que no tiene este privilegio?

Decidí hacer algo al respecto. Sé que existen servicios gratuitos para la salud mental, pero los recursos son limitados y a veces deficientes. En honor a Paola, decidí publicar un libro que escribí en 2020 y destinar parte de las ganancias para que otras personas puedan acceder a los mismos recursos que yo. Quizás no renunciar a su trabajo, pero al menos no preocuparse por la cantidad de citas o el costo del medicamento.


Porque ya tengo siete meses con esta rutina y, ¿qué creen? No fue suficiente. Hace unos meses, a pesar del medicamento, volví a recaer. Fue momentáneo y, en realidad, ocurrió por haber tomado un espresso después de una deshidratación. Mi sistema nervioso se alteró y, cuando el efecto de la cafeína bajó, me dio el bajón. El conocimiento es poder; si no hubiera reconocido esto, no sé qué hubiera hecho. La cosa es que puede volver a pasar, así que necesito más herramientas, porque no voy a vivir medicada toda la vida. El psiquiatra me dijo que sería un año, y me rehúso a que sea más que eso.


Así que fui con una neuropsicóloga.


Me hizo una serie de evaluaciones y me dio un posible, POSIBLE, diagnóstico de TB2 (trastorno bipolar tipo II). Me explicó que, con otros pacientes, el diagnóstico suele ser claro, pero que yo soy la tercera persona, creo que en diez años, a quien no ha podido diagnosticar por los resultados de las evaluaciones.


Saliendo de esa consulta, le hablé a mi amiga Meli, mi salvadora en Ensenada. Después de leernos el DSM-5, decidimos en conjunto que no tengo TB2. También le pasé los resultados a Linnet, mi psicóloga, y me dijo que habría que verlo y la neuropsicóloga le mandaría los resultados directamente a mi psiquiatra, ya que él fue quien me canalizó con ella.


Caralavada

Claramente, no me puedo auto diagnosticar, pero, sinceramente, no creo tener TB2. Sobre todo porque el motivo que me dio para el posible diagnóstico fue que entro en una especie de hiperfoco después de que me pasan cosas malas: me quería morir, escribí un libro; perdí a mi amiga, publiqué un libro; me quería morir otra vez, hice esta página. Pero entonces, ¿qué hago? Si me siento mal, ¿tengo que quedarme esperando a ver en qué momento se me pasa en lugar de hacer algo que me ayude a sentirme mejor? No tiene mucho sentido. Pero, al final, es solo un posible diagnóstico, y mi psiquiatra decidirá si es o no es. Igual, siempre es bueno tener una segunda opinión, pero eso también es otro gasto que se suma a lo que ya pagué con la neuropsicóloga.



No me quejo, para nada. Mi intención es estar bien. El punto realmente no es mi salud mental, el punto es que la salud mental no es accesible para todos. Que la primera opción no siempre va a ser la más adecuada o acertada, y que realmente no sabemos qué pasa en cabeza ajena. Creo que nadie se hubiera imaginado que me quería morir.


Y algún día hablaré de por qué mi situación es de toda la vida, pero aún no estoy lista para ello.


Si quieres conocer más sobre mi historia, puedes comprar mi libro haciendo clic abajo.

Parte de las ganancias se destinará a apoyar tratamientos de salud mental.


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