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Mudanzas

Me he mudado varias veces desde que me independicé.


La primera fue cuando me fui a Playa. Me llevé únicamente una maleta gigante, una maleta de cabina y mi mochila como artículo personal. No llevé más que ropa y zapatos, mi computadora, una bocina, un cuaderno y un libro. Empaqué lo que se me ocurrió de último momento, porque como buena procrastinadora dejé todo al final. Mi vuelo salía temprano en la mañana y yo, en la madrugada, seguía empacando.


Pasó el COVID y tuve que irme de Playa, pero eso fue fácil porque solo había que empacar lo mismo con lo que había llegado.


Cuando regresé por segunda vez a Playa, ya iba desesperada, así que empaqué todo con muchísima anticipación porque moría por huir de mi rancho. Esa vez fue aún más sencillo empacar porque ya tenía la experiencia de la primera vez y sabía qué llevarme y qué no. La primera vez me llevé zapatos y ropa que eran poco prácticos para el Caribe mexicano.


Estando en Playa, me tuve que mudar de mi depa por motivos de seguridad (esa es otra historia para otro momento). Vivía en un estudio austero pero acogedor, justo en el centro y cerca de todo. Me mudé a un depa a unas cinco cuadras del original, un poquito más alejado del centro pero más grande. Mudarme esa vez fue difícil porque no tenía carro ni conocía a nadie que tuviera uno y pudiera ayudarme a mover lo poco que tenía. No era mucho, no era mucho porque el estudio no tenía cocina así que no cocinaba, pero ya había acumulado algunos libros, toallas, ropa de cama y artículos de limpieza que agregaban al menos una maleta más. Lo hice por partes, fui y vine caminando con mis maletas y con Maya, porque no me dejaban subirla a los taxis. No era tanta la distancia, y lo último y más pesado sí lo llevé en taxi.


Después vino el caos de regresarme a Mexicali. Para entonces ya había acumulado más libros y cosas, porque en el segundo depa sí cocinaba. Pero no podía llevarme nada. En mi cabeza quería llevarme absolutamente todo porque era una inversión que había hecho para vivir cómodamente, pero no solo era imposible, también innecesario. Empecé a vender todo por Marketplace, y lo que no vendí, lo regalé. El día que tuve que entregar el depa, todavía me salí con muchas cosas que no necesitaba y que dejé abandonadas en el depa de mis amigas argentinas, para que le fueran útiles a quien viviera ahí. Los roomies cambiaban todo el tiempo.


Y aun así, en el aeropuerto tuve que pagar peso extra en mi maleta documentada. Maldita sea.


Después vino la mudanza de Mexicali a Ensenada. Ahí sí me llevé todo lo que tenía, menos mi cama, porque la idea era establecerme mínimo unos tres años. El depa al que iba no estaba amueblado, solo tenía una cama y un sillón que, cuando te sentabas, te rompías el coxis de lo desgastado que estaba. Le pedí a los renteros que lo sacaran.


Irme a Ensenada no fue tan tedioso, pero sí le tuve que pedir ayuda a la Mary y a mi prima de último momento para terminar de empacar. Mi procrastinación, y el déficit de atención (que en ese momento no sabía que tenía), no me dejaban terminar.


Estando en Ensenada acumulé y acumulé y acumulé. Compré cosas que necesitaba, por supuesto: cosas de cocina, un sillón, mesa, librero, escritorio… pero no tenía lo primordial. Tenía excesos para llenar mi vacío y sentir una satisfacción momentánea cada vez que llegaban paquetes. Satisfacción que desparecía a los días, y entonces tenía que comprar algo más para volver a sentirla. Recibía paquetes mínimo dos veces por semana.


Cama innecesaria

Voy en orden. Primero mi cuarto: compré un clóset armable porque no tenía dónde guardar mis cosas, luego un mueble de cama que no necesitaba pero que “quería” porque soñaba con una cama de princesa. Un tapete porque se veía bonito. Una mesa de noche que sí usaba, pero que también tenía que tener decoración porque se veía vacía. El clóset también se veía vacío, así que había que comprar más ropa y zapatos para llenarlo. Ropa y zapatos que no usaba porque no salía, y cuando lo hacía, siempre usaba lo mismo porque subí mucho de peso y no me gustaba cómo se me veía nada.


Adentro del baño también estaba la lavadora, entonces compré un mueble para el jabón, mi maquillaje y mi skincare, incluido el refrigerador para guardar mis cremas. Había espacio debajo del lavabo, pero ahí guardaba shampoo, acondicionador, jabones, papel… todo lo que compraba de más para que todo se viera lleno.


En la cocina tenía lo que según yo era esencial: una vajilla para ocho personas, vasos para ocho, tazas y más tazas porque cada vez que veía una que me gustaba, la compraba. El refrigerador estaba lleno de acrílicos y recipientes para asegurarme que todo ahí dentro se viera “aesthetic”, pero todo se me echaba a perder siempre. También gasté en cambiar las manijas de la cocina y las llaves del baño, cocina y regadera por unas negras, también para que se viera más “aesthetic”.


Se veía vacío por eso compre mas

La cocina estaba en el área común, donde también tenía un sillón, un librero, la tele y el comedor. Al principio solo tenía lo esencial, pero el librero se veía vacío, así que tuve que comprar libros que no leía solo para que se viera bonito. Al sillón le hacía falta una mesa de centro, y esa mesa de centro se veía vacía cuando no tenía comida encima, entonces también había que decorarla. Cojines para el sillón, porque no sirven de nada pero se ven bien. Un espejo gigante para tener dónde tomarme fotos. Cuadros para llenar las paredes vacías. Cortinas nuevas porque las que había no combinaban con la vibra del depa, y un tapete para dividir el área común.


El comedor lo compré después de que el que venía con el depa (de segunda mano) se terminara de romper. Nunca lo usé, pero con verlo, se deshacía. Cuando compré el nuevo, también tuve que comprar decoraciones para el centro y velas, porque se veía muy vacío.


Muebles y muebles que no necesitaba

El depa tenía un mezzanine que se podía usar como segunda recámara, pero yo lo usaba como oficina. Lo adecué con un sofá cama, dos escritorios (nadie necesita dos escritorios, pero en mi cabeza se veía vacío con solo uno), dos libreros llenos de libros que apenas empecé a leer hace poco (y me mudé en julio de 2024). También había un pequeño clóset al que le compré estantes para que se viera bien. Ahí guardaba maletas, la comida de Maya y Gato, artículos de limpieza que tenía en exceso porque cualquier producto que en redes sociales dijeran que necesitaba, lo compraba. Equipo para hacer ejercicio que nunca usé. Y todas esas cosas que guardas "por si acaso", pero que nunca vas a usar.


Al escribirlo, tal vez no suena tan exagerado, pero si les enseño recibos y estados de cuenta, no tengo perdón. Todo siempre estuvo acomodado. Nunca lo vi como demasiado, hasta que llegó la hora de mudarse.


No podía entender en qué momento creí que tener tantas cosas me hacía feliz. Lo único que sentía en ese momento era ansiedad. Vendí lo que pude, regalé lo que me aceptaron y guardé lo que creí que seguiría necesitando. Igual me vine a Mexicali con demasiadas cosas y mucha ansiedad… y con unas cuantas cosas que ya de plano no cupieron.


Cuando llegué, me di una semana para no pensar en nada. Además, ni tenía dónde guardar todo. Todavía tuve que regresar por lo que me faltaba. Ya que tenía todo en Mexicali, entonces sí me puse a acomodar y me deshice de todo lo que consideraba que estaba de más.


Tenía cosas tan estúpidas como un bote de slime, porque un día lo vi en Walmart y, como podía comprarlo, pues lo compré.


Casi todo lo regalé: mucha ropa, muchos zapatos, bolsas… Mi familia empezó a cuestionar por qué me estaba deshaciendo de todo. Les dije que no lo quería. Que quería vivir más sencillo. Que todo lo que tengo me quepa en unas cuantas maletas para que cuando me vuelva a mudar, no me dé ansiedad.


Una de mis hermanas dijo que después iba a volver a comprar todo otra vez. De hueva su comentario, nefasto y completamente innecesario.


Y justo en diciembre me llegó un correo de Trillones con el que me identifiqué. Hablaba sobre el consumismo y lo difícil que fue para él mudarse de Mexicali a CDMX con todo lo que no se había dado cuenta que había acumulado.


Desde entonces no he comprado nada. Solo libros. Que ahora sí leo. Y si compro algo, es solo para reemplazar algo que ya tengo, no para agregar más.


Ha sido un proceso. Me costó trabajo deshacerme de algunas cosas, no porque realmente las quisiera, sino porque me ha costado reprogramarme para dejar esta mentalidad de querer tenerlo todo, y de necesitar que todo se vea lleno. Sobre todo cuando veo TikToks o imágenes en Pinterest de closets, alacenas, todas repletas y acomodaditas.


Pero tener la tranquilidad de que, si mañana decido irme a vivir a la chingada, todo lo que tengo me cabe en la cajuela, me gusta más que tener todo eso que no necesito.


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