La Hereje
- Andrea Beltran
- 12 feb
- 5 Min. de lectura
Creo que una de las cosas que más me ha formado como persona, gran parte de lo que soy hoy, es la religión, y no tengo nada bueno que decir al respecto.
Nací en una familia católica y esa fue la religión que se me impuso; yo no la escogí.

Conozco a Marco, Mateo, Lucas y Juan. No sé por qué no se pusieron de acuerdo para escribir el Nuevo Testamento, pero bueno, es lo que nos tocó. También tengo todos los sacramentos; puedo casarme mañana si quiero, no sería esa persona que hace su confirmación días antes de la boda solo para poder casarse. Pero soy la hereje.
En mi casa no se iba a misa todos los domingos, solo cuando había que ir, y no había cosa que aborreciera más que tener que asistir. ¿Por qué forzar a los niños a estar sentados entre 45 y 90 minutos escuchando palabrerías que ni hoy en día entiendo? Mi familia materna es devota, pero la familia de mi papá es fanática; una categoría donde se manejan y manejan a los demás por medio del miedo.
La religión fue la base de todos mis miedos desde que tengo memoria. A los 5 años me robé unas calcomanías en el mercado. Las escondí durante dos semanas detrás del tocador de mi cuarto, pero un día me descuidé y mi mamá las vio. Me las quitó y me dijo que Dios me iba a castigar. Tuve miedo por días, pensando que ya no iba a ir al cielo por haberme robado unas calcomanías. Eventualmente, como a todo niño, se me olvidó.

Dentro de una iglesia sentí miedo una vez, a los 7 años. Una religiosa se acercó a darme un folleto para decirme que la vocación de monja era muy bonita, que me iba a encantar. Mis papás no se dieron cuenta porque yo estaba sentada sola en una banca hasta atrás, jugando. Solo sonreí y dejé el folleto escondido debajo de la banca, donde nadie lo viera, para que no me mandaran a ser monja, porque yo no quería usar un traje ni estar encerrada. ¿Dónde iba a quedar mi individualidad y mi libertad?
La primera vez que me confesé fue a los 9 años, para hacer mi primera comunión, y fue uno de los días más terroríficos de mi vida. Saber que tenía que decirle a un completo desconocido todas las cosas malas que había hecho y que me iba a dar una penitencia para librarme de esos pecados me daba pavor. Y no acabó ahí, porque aunque en mi casa no se acostumbraba ir a misa todos los domingos, mi educación fue privada y católica, así que me tocaba confesarme todos los viernes en la escuela. El nivel de ansiedad que sentía es inexplicable.
Pero mi miedo más severo fue el impuesto por la familia de mi papá. Mi papá falleció cuando yo tenía 14, y entonces su familia comenzó a involucrarse en nuestra crianza. Sin razón aparente, recibía comentarios como "cuidado con lo que haces", "cuida cómo te vistes", "cuida lo que dices", "date a respetar", "lo que hagas no solo se refleja en ti, sino en todos nosotros", y cada uno de estos venía seguido de un comentario que hipersexualizaba mi persona. Como niña, no entendía por qué me decían eso, solo sabía que algo no estaba bien y lo relacionaba con la lujuria, un concepto que conocía solo de manera textual, pero me causaba miedo. Miedo que yo traducía como amor. Pero el amor no atormenta, no controla ni sataniza.
"Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." (Mateo 5:27-28)
Me desarrollé al mismo tiempo que las demás, pero la fabulosa genética que heredé de mi mamá me hizo acumular más tejido graso en esos lugares donde se agradece tenerlo. Subo y bajo de peso, pero mi cuerpo es lo que muchas personas buscan en el cirujano. Yo no reconocía esto entonces, y fue apenas hace unas semanas, mientras leía Hood Feminism—libro que merece su propio post—que entendí que un cuerpo adolescente desarrollado es suficiente para estigmatizar. Al verme diferente a las demás, me gané el ser hostigada por algo que no podía controlar: mi desarrollo.
"Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo." (1 Juan 2:16)
Vivía con miedo a mi cuerpo, miedo a lo que pudiera pasar por el simple hecho de ser. Fueron unos años así hasta que se cometió el error de mandarme a una prepa laica. Ahí me di cuenta de que no sabía nada, y mucho de lo que creía saber no era verdad. Conocía otras religiones, pero pensaba que eran minorías y que nunca iba a conocer a alguien que no tuviera la misma religión que yo. Me habían dicho que tener la religión incorrecta significaba no ir al cielo, pero conocí a gente con otras religiones o sin religión, y para mí, no había razón para que se les negara nada. No podía creerlo.
A los 18 comencé a alejarme de lo que conocía como normal. Mis amistades y creencias cambiaron. Y el desatarme de un dogma que no había hecho más que oprimirme durante mis primeros años de vida para mantenerme controlada a base del miedo es una de las cosas que me llevó a ser quien soy hoy. No estoy peleada con la religión; he tenido la oportunidad de conocer otras y las considero enriquecedoras, pero prefiero no etiquetarme ni practicar alguna en especial. Me rijo por hacer el bien sin mirar a quién y por no hacer lo que no quiero que me hagan.
La Biblia fue escrita en hebreo, arameo y griego. Al traducirse, han surgido innumerables errores que pueden cambiar por completo su significado original. El Nuevo Testamento no está escrito desde cuatro perspectivas distintas, sino basado en relatos que les fueron contados a sus autores, como un chisme en el que opera el teléfono descompuesto.
Además, al traducirse, sabemos que pueden ocurrir errores de interpretación. Pero, más allá de eso, ¿quién nos garantiza que las traducciones se han hecho de manera objetiva, sin intención de beneficiar o perjudicar a alguien?

No busco cambiar las creencias de nadie, solo quiero que veamos más allá de lo que se nos ha impuesto, que cuestionemos por qué la teología, dependiendo de su interpretación, ha sido utilizada como justificación para condenar y discriminar.
Divorciarme de la religión católica ha sido una de las mejores decisiones que he tomado, un acto liberador que me ha llevado a ser quien soy hoy. Y está claro que mi vida no es perfecta, pero no hay manera de que la opresión hubiera mejorado mi situación. Si me dieran la opción de elegir otra vez, volvería a elegir este camino, por más difícil que haya sido.
"No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás."
(Éxodo 20:3-5)
¿Y tú, practicas alguna religión?
Si
No
Hago el bien sin mirar a quien
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