En tu cuerpo yo decido
- Andrea Beltran
- 2 abr
- 7 Min. de lectura
Aqui va la segunda parte.
Llegué a triage el lunes 22 de enero de 2024 entre las 9 y las 10 de la noche. Me atendió una enfermera que, en cuanto le dije el motivo de mi consulta, cambió la cara y el tono de voz. Fue muy grosera y me dijo que no podían atenderme porque tenía seguro social. Le respondí que ya había hablado a Mexicali y me dijeron que eso no debía ser un problema. Se enojó con mi respuesta y me dijo que tendría que esperar mínimo unas tres horas. Le dije que no había problema, que yo esperaba, y me senté. A los 15 minutos ya me habían llamado para pasar al área de ginecología. Primer maltrato y primera mentira para hacerme desistir.

Pasé a ginecología, donde había tres embarazadas en trabajo de parto. En cuanto llegué, una enfermera me pidió que tomara asiento, que en un momento me atendería. Esperé unos 10 minutos, cuando volvió a salir, me alejó de las mujeres embarazadas y, con muchísimo tacto, me explicó que no podían darme el medicamento porque el sistema, supuestamente, no se los permitía ya que tenía seguro social. Me dijo que lo que debía hacer era ir al IMSS y solicitar el servicio ahí. Le expliqué que en la jurisdicción de Mexicali me habían dicho que eso no debía ser impedimento, pero como ella fue tan amable, no alegué. No me dijo que no, solo me dio otra opción, lo que "supuestamente" tenía que hacer. Al final, quienes tienen acceso a los medicamentos son los médicos, no las enfermeras. Aunque ella hubiera querido, no podía dármelos sin autorización médica. La escuché atentamente, le agradecí por su buen trato, le pedí su nombre —que no recuerdo—, solo sé que me contó que su hijo estaba haciendo su internado en la Clínica 8 del IMSS, y me fui.
Como estoy adscrita a la Clínica 32 del IMSS en Ensenada, me fui para allá. Al llegar a urgencias, la enfermera que me atendió también fue muy grosera cuando le dije el motivo de mi consulta. Me respondió que ahí no hacían abortos, que si acaso, en la Clínica 8, y que ni creía. Me quiso apuñalar con los ojos, pero no puedes dañar a alguien a quien no le interesa tu opinión.
Salí de la Clínica 32 y me fui a la Clínica 8. Al llegar, un enfermero de cabello largo me atendió muy amablemente. Me tomó los signos, me preguntó el motivo de la consulta y en ningún momento me cuestionó o me trató mal. Al contrario, hasta se rió conmigo de las tonterías que yo decía. Estuve en la Clínica 8 desde las 11 de la noche hasta las 3 de la mañana. El servicio es por medio de urgencias ginecológicas y, como tienen entre 5 y 7 mujeres en trabajo de parto, personas como yo, que buscamos una interrupción del embarazo, no somos prioridad.
Cuando por fin pasé, me atendió un médico que tenía mi edad —él mismo me lo dijo—. Me comentó que me veía más joven. Me cuestionó sobre mi decisión. Me dijo que no tenía el medicamento, que no era necesario ir a urgencias, que podía hacerlo sola en casa. Le dije que ya lo sabía, pero que de todas formas necesitaba el medicamento. Insistió en que no lo tenía y que, aunque lo tuviera, no creía que funcionara porque solo me daría una dosis, y a veces eso no era suficiente. Me mantuve seria, firme en mi decisión.
Se levantó a atender a una mujer que estaba gritando, y le hizo uno de esos comentarios machistas que hacen los médicos: “pero cuando lo hiciste no te dolió, ¿verdad?”. Regresó y me dijo que iba a ver si tenía el medicamento. Se fue, volvió y dijo que no tenía. Le pedí que me diera una receta para comprarlo. Se levantó enojado y fue a gritar al área de enfermería: “¡Esta niña quiere abortar y no hay medicamento, está insistiendo en que se lo dé y no hay! Ya le dije que vaya a comprarlo y quiere que le dé una receta”.
Cuando terminó de gritar, entró una enfermera al consultorio a decirme que fuera a la farmacia a comprar misoprostol, que si no lo conseguía, regresara por la mañana.
Puedo apostar mi vida a que el hombre que me atendió era residente.
Salí de ahí enojada. Y sí, fue fácil conseguir el misoprostol, pero por las semanas que tenía también necesitaba mifepristona, y esa no hay manera de conseguirla. Llegué a casa llorando, y no por mí, no por cómo me trataron. Llegué enfurecida, llena de coraje. Porque yo soy yo, y a mí nadie me va a detener. Pero ¿y las personas que no son yo? ¿Las que no pueden comprar medicamentos, ni moverse de un lugar a otro con facilidad? ¿Las que cuando les dicen que no, no tienen más opción que tener un hijo al que no pueden o no quieren cuidar? ¿Qué pasa con ellas? Por eso lloré.
Me levanté el martes 23 dispuesta a iniciar la interrupción. Mandé mensaje al número de Aborto Seguro, les conté todo lo que había pasado en el Hospital General y en las clínicas del IMSS. Me preguntaron si podían marcarme, les dije que sí. Me llamó un hombre —no sé si era médico, enfermero o trabajador social—, pero fue muy amable. Me dijo que, por las pocas semanas que tenía (tres), necesitaba mifepristona.
Me comentó que no debieron negarme el servicio ni en el Hospital General ni en el IMSS, pero que haría unas llamadas para ayudarme a conseguir el segundo medicamento. Me dijo que la Dra. Cerritos era la encargada del área de ginecología del IMSS, y que vería si podía comunicarse con ella. Yo no iba a quedarme esperando, así que empecé mi propia búsqueda. Encontré el número de su consultorio privado, donde de forma grosera me dieron su número personal. Le escribí. Me contestó. Le expliqué la situación, me pidió mi carnet de citas y me dijo que me fuera a Tococirugía (urgencias ginecológicas).
Justo después, la persona de Aborto Seguro me escribió para darme el mismo número al que yo ya había mandado mensaje. No lo pensé, me cambié y me fui directo a la Clínica 8. Llegué, pregunté por la Dra. Cerritos. Asumí que, como me dijo "vente a la toco", me atendería en ese momento. Solo necesitaba la mifepristona. Pero cuando llegué fue grosera. Me reclamó que no sabía quién era ella, como si fuera mi obligación ponerle cara al nombre. Me dijo que esperara junto a las demás.
Otra vez la misma situación del día anterior. Mujeres embarazadas entraban y salían, y yo ahí, esperando, hasta que terminó el turno de la Dra. Cerritos. Ahora tenía que esperar a ver si la doctora siguiente quería atenderme. Cuando le pregunté a la enfermera cuánto más tendría que esperar, me dijo que la doctora tenía que revisarme para ver si me internaban y me hacían un legrado.
El legrado es un procedimiento quirúrgico donde raspan o succionan el contenido del útero. No es necesario cuando existen opciones menos invasivas como los medicamentos.
Entonces entendí: estaban extendiendo el tiempo para que yo me cansara, desistiera y me fuera. Para no darme los medicamentos o, en su defecto, hacer un procedimiento más invasivo y riesgoso para “hacerme sufrir”, como castigo. Si no tienen vergüenza, mínimo que duela, ¿no?
Básicamente yo no decido, ellos deciden por mi.
No esperé más. Me fui, y volví a llegar a casa llorando. Porque había una niña de 21 años, mesera, que dijo que este no era su momento, que no podía darle una buena vida a un bebé con el trabajo que tenía. Todavía hoy me pregunto qué pasó con ella. Espero de verdad que haya logrado su interrupción, o que al menos no le hayan dado tantas largas que se pasara el tiempo legal y se viera obligada a tenerlo. Porque eso es lo que hacen: te dan largas para que, al final, te nieguen el servicio y parezca que fue tu culpa.
Empecé el procedimiento con lo que tenía.

Para interrumpir un embarazo con medicamentos existen dos protocolos. Uno de ellos, el más sencillo, es con misoprostol. Es un medicamento que no requiere receta y se usa para úlceras gástricas, pero tiene como efecto secundario producir contracciones uterinas. En total se toman 12 pastillas divididas en tres dosis: la inicial es de 4 pastillas, vía vestibular (entre la encía y la mejilla) o sublingual. También puede ser vía vaginal, aunque personalmente no lo recomiendo. Tres horas después, se toma una segunda dosis igual (4 pastillas), y tres horas más tarde la tercera dosis (otras 4 pastillas), también vía vestibular o sublingual.
Eso hice. Empecé a las 2 de la tarde y terminé a las 8 de la noche, pero nunca sangré. Tuve escalofríos, diarrea y cólicos, pero muy leves. A las 9 de la noche me dormí. A las 3:50 a.m. me desperté sudando. Entonces empecé a sangrar. Fui al baño, sentí algo diferente a una menstruación normal. Revisé y era un coágulo de aproximadamente 3 cm. Respiré por fin y me volví a dormir.
En la mañana mandé mensaje a Aborto Seguro. Les conté todo lo que había pasado y me dijeron que, ante cualquier cosa, fuera a urgencias. Ya no podían negarme el servicio porque cualquier complicación después de una interrupción ya se considera urgencia. También me dijeron que si no me atendían, les marcara de inmediato. Me recomendaron ir a revisión en unas semanas para confirmar que todo hubiera salido bien.
Lo que debió haber sido dos semanas se convirtió en cuatro, en las que empecé a sentirme muy mal, con síntomas parecidos a una infección, porque no sabía a qué ginecólogo acudir sin que me negaran el servicio, me juzgaran o me trataran mal. Hablé con mi maestra de sexología, Claudia Linares, y ella me recomendó a la Dra. Neria. Acudí con ella con la tranquilidad de que venía recomendada por una de mis maestras en quien confío plenamente.
Marqué, hice cita, y me la dieron para un mes después. Expliqué la situación y me dijeron que si se abría un espacio me hablarían. Y sí se abrió. Una semana después tuve la cita, justo cuando se cumplían las cuatro semanas. Desde que marqué y externé mi situación, pregunté si aceptaban tarjeta; me dijeron que no, pero cuando llegué sí tenían terminal. Igual, no sospeché nada.
Llegué al consultorio de esta doctora el lunes 19 de febrero. Cuando entré, le expliqué todo lo que había pasado y me dijo que no creía que había funcionado. Me hizo un ultrasonido y, oh sorpresa: no tenía infección. Seguía embarazada. Me dijo que tenía que hacer el proceso lo antes posible. Yo quería esperarme hasta el fin de semana por la escuela y el trabajo, pero empezó a presionarme con que tenía que ser ya. Le dije que estaba bien.
Habra una tercera y última parte.
Comments